DOCE TEXTOS CLAVE PARA ENTENDER EL MATERIALISMO HISTÓRICO A TRAVÉS DEL "ANTI-DÜHRING" DE ENGELS
selección de
Raúl Garrobo Robles
El presente texto forma parte del ensayo El druida, el rey y la soberanía sagrada. Aspectos míticos del antiguo pensamiento céltico irlandés a través del espejo de la primera Grecia, publicado por Eikasía. Revista de filosofía (número 17, Oviedo, marzo de 2008), y puede ser consultado en el siguiente enlace:
«El blanco Pangur y yoejercemos cada uno nuestro oficio:él pone atención en cazar,yo pongo atención en mi arte.
Yo prefiero, antes que la fama,ponerme aplicado en mi libro;el blanco Pangur no me envidia,prefiere su juego de niños.
Cuando –siempre la misma historia–estamos solos en casa,tenemos en qué ocupar nuestro ingenio,cada uno en un juego interminable.
A menudo, tras reñidos combates,un ratón cae entre sus redes;por lo que a mí respecta, cae en mi reduna difícil ley de intrincado sentido.
Él dirige sus claros ojos, perfectos,a los muros de alrededor;yo dirijo a la honda sabiduríamis límpidos ojos cansados.
Se alegra, con ágil movimiento,cuando un ratón se prende de su zarpa;si entiendo algo difícil que me gusta,también yo mucho me alegro.
Aunque estemos así siempre,ninguno estorba al otro:gusta a cada uno su oficio,disfrutamos uno y otro con ellos.
Él es el solo señordel trabajo que hace cada día;a comprender bien lo que es difícildedico yo mi trabajo».
«Jamás saldremos de esta crisis. No, al menos, dentro del esquema económico y social del que nos hemos dotado. No crea el lector que se trata de una afirmación gratuita. En realidad, hace mucho tiempo que se sabe que iba a pasar esto; lo que ocurre es que no queríamos cambiar y por eso no lo hemos hecho. Pero ahora ya no se puede esperar más: hemos llegado a ese día en que las consecuencias de nuestros actos se han vuelto concluyentes. Pero, veamos, ¿quién soy yo para decir que no vamos a salir nunca de esta crisis? Bueno, soy un científico. Pero no un economista, sino un físico y matemático. ¿Y qué puede saber un físico de economía? En realidad, no demasiado: más bien algunas cuestiones básicas de las que me considero autodidacta. Y, entonces, ¿cómo puedo afirmar tan rotundamente que no saldremos jamás de esta crisis? Porque cuanto impide la salida de esta crisis constituyen razones físicas, a saber: es físicamente imposible volver a crecer desde una perspectiva económica, y no solo eso, sino que incluso estamos condenados a decrecer. Dicho de otro modo: lo establecen las leyes de la física. No sé dónde acabaremos exactamente, pero sí sé con certeza donde no terminaremos»; [p. 12].
«Es conocido por todos que el empleo de petróleo perjudica el medio ambiente. No en vano, nuestro consumo de petróleo libera grandes cantidades de dióxido de carbono que contribuyen al cambio climático, junto con otros gases contaminantes que provocan enfermedades respiratorias. Además, la extracción de petróleo puede contaminar el agua y la tierra de las zonas que lo albergan. Pero no podemos dejar de usarlo. De hecho, no sabemos cómo dejar de usarlo. ¿A qué es debido? ¿Qué tiene el petróleo que lo haga tan apetecible e irremplazable? [...] El petróleo, como el resto de los combustibles, contiene mucha energía en poco volumen: es una sustancia energéticamente densa. Y eso es lo que lo vuelve tan interesante. Y tan necesario. En efecto: un litro de petróleo contiene aproximadamente treinta millones de julios de energía. [...] los treinta millones de julios de energía contenidos en un litro de petróleo equivaldrían al trabajo físico humano desplegado por [(...) un] trabajador durante ochenta y tres intensas horas de esfuerzo. Eso serían casi tres días y medio sin parar o bien, si lo expresamos en agotadoras jornadas de ocho horas diarias, poco más que diez días de trabajo. [...] El petróleo, hoy en día, viene a ser la savia de la economía mundial. [...] Gracias a la abundancia del petróleo barato que ha caracterizado las últimas décadas, el sistema de transporte mundial se ha expandido hasta alcanzar el gigantismo actual, lo que ha hecho posible el sueño de la globalización. [...] Y no solo eso: el petróleo también se usa para mantener en marcha maquinaria fundamental, desde las grúas y excavadoras que usamos para construir, mantener y reparar nuestras infraestructuras hasta los tractores y cosechadoras que garantizan la producción masiva de alimentos (y eso sin hablar de los usos químicos del petróleo: plásticos, reactivos, alquitranes, parafinas...). Hemos creado un enorme monstruo que se alimenta de petróleo. Un gigante que mantiene en marcha la economía y nos proporciona empleos, seguridad, alimentos... La tercera parte de la energía que se consume hoy en día en el mundo proviene del petróleo, lo cual lo convierte en la fuente de energía más importante de todas las que usamos. Queremos prescindir del petróleo porque sabemos que no es bueno para el medio ambiente, pero no podemos dejar de usarlo de forma repentina. [...] Lo sensato sería ir adoptando un plan para el abandono progresivo del petróleo, pero, como el petróleo es tan versátil, tan fácil de transportar, tan energético..., cuesta mucho prescindir de ese líquido con propiedades casi mágicas. Y, como de momento tampoco existen alternativas energéticas que sean, cuando menos, tan útiles y baratas, en la práctica no se están llevando a cabo verdaderos cambios. Porque no es rentable, no es económico y porque, en el fondo, no creemos que sea tan necesario»; [pp. 19-23].
«El peak oil supone la llegada al punto de máxima extracción posible de petróleo en el mundo. [...] Es un hecho conocido desde hace décadas que, a pesar de que las reservas de petróleo puedan ser inmensas, la velocidad a la que extraemos (o producimos) petróleo se halla limitada por diversos factores físicos [...] después de haber alcanzado su máximo, la velocidad de extracción de petróleo irá reduciéndose paulatinamente sin remedio. La razón de este descenso en la producción es fácil de entender si uno piensa en cómo se encuentra el petróleo en el subsuelo. El petróleo se halla generalmente ocupando las oquedades e intersticios de una roca de tipo poroso [...]. Cuando se comienza a explotar un yacimiento de petróleo, se realiza una perforación desde la superficie hasta llegar a la roca reservorio. Como el petróleo es un líquido y, a la profundidad a la que se encuentra, está sometido a una gran presión (la del peso de toda la roca que tiene encima), tan pronto como se le abre una vía de escape, el petróleo comienza a fluir con fuerza a la superficie. El petróleo va fluyendo libremente, pero, a medida que vamos extrayéndolo, la roca reservorio va compactándose: sin el petróleo de su interior, y sometida a presiones increíbles, la roca se comprime y cimenta. Eso es malo para el flujo del petróleo, porque los canales interiores de la roca por los que iba circulando se van primero estrangulando y finalmente cerrando a medida que la roca colapsa. Para evitar que descienda el flujo de petróleo, las compañías petroleras utilizan múltiples técnicas [...]. Generalmente se abren pozos auxiliares por los que se inyecta agua o gas a presión, lo cual permite mantener la presión interior de la roca y evitar que colapse y, al mismo tiempo, empujar el petróleo hacia los pozos de extracción. [...] El caso es que, al final, lo que va quedando en la roca es el petróleo disperso, el que está diseminado aquí y allá en forma de gotitas, de pequeñas bolsas a lo sumo. La mayoría del petróleo contenido en la roca nunca llegará a ver la luz, simplemente porque se halla tan diseminado que intentar extraerlo costaría una cantidad de energía, y de dinero, tan descomunal que nunca merecerá la pena sacarlo: pensemos que, de promedio, solo se puede extraer el 35% de todo el petróleo que alberga una formación de petróleo convencional. [...] Es un lugar común entre las empresas que se dedican al negocio del petróleo enfatizar lo enormes que son las reservas mundiales de petróleo para, así, dar a entender que no puede haber problemas con el suministro de petróleo. [...] El problema es que todos esos hidrocarburos no van a salir a la misma velocidad con la que hoy los consumimos, sino a la que permitan las limitaciones geológicas y físicas. [...] Aquí reside el verdadero problema. [...] le hablas a la gente de "agotamiento del petróleo" y la mayoría cree que el problema consiste en que el día menos pensado no va a salir ni una gota más: que pasaremos, de golpe, de la abundancia a la carestía más feroz. Esta visión equivocada proviene del hecho de pensar que la extracción de petróleo equivale a abrir un grifo de un depósito: el líquido fluye hasta que se acaba. Ya hemos explicado, sin embargo, que la disposición del petróleo en el subsuelo es mucho más complicada y que se sigue una curva de producción: con su ascenso, culminación y ulterior descenso. Por tanto, el problema que se plantea con el agotamiento del petróleo no es que su producción se detenga de golpe, sino que, a partir de cierto momento, empiece a disminuir, aunque ese descenso se produzca a lo largo de muchas décadas. [...] En 2010, la Agencia Internacional de la Energía reconoció por primera vez que la producción de petróleo crudo convencional (el petróleo de toda la vida) había tocado fondo entre 2005 y 2006. En esos años llegó a su máximo histórico, de casi setenta millones de barriles diarios y, desde entonces, ha ido cayendo lentamente: a finales de 2018 la producción de petróleo crudo convencional se situaba en los 67 millones de barriles diarios. Afortunadamente para nosotros, no todos los líquidos del petróleo que se consumen hoy en día son petróleo crudo convencional: están los otros petróleos, los no convencionales, que, al término de 2018, representaban 26 millones de barriles diarios más, hasta completar la cifra de 93 millones de barriles diarios de media de 2018. Por tanto, ahora mismo la única cosa que puede hacer crecer la producción de todos los líquidos del petróleo son esos petróleos no convencionales. No solo eso, sino que, además, tienen que compensar la caída del petróleo crudo convencional, un descenso que de momento es moderado, pero que se va a ir acelerando en los próximos años. ¿Pueden los petróleos no convencionales permitirnos continuar con nuestro consumo creciente de todos los líquidos del petróleo? [...] veremos que no, que los petróleos no convencionales en absoluto van a permitirnos seguir aumentando la producción de petróleo. [...] enumeremos cuáles son los principales petróleos no convencionales: 1. Los líquidos del gas natural. 2. Los biocombustibles. 3. Los petróleos en aguas ultraprofundas. 4. Los petróleos extrapesados provenientes de las arenas bituminosas de Canadá y de la Franja del Orinoco de Venezuela. 5. El petróleo ligero de roca compacta proveniente de la fractura hidráulica (fracking)»; [pp. 25-31].
«Cómo comentábamos antes, hacia 2005 la producción de petróleo crudo convencional comenzó el lento declive en el que está inmersa desde entonces. En 2008, el precio del barril de petróleo se disparó hasta niveles nunca vistos con anterioridad, y en julio alcanzó casi los ciento cincuenta dólares, por lo que el mundo entró en una profunda recesión económica. Mucho se habló entonces acerca del esquema financiero de las hipotecas basura y muy poco del papel que había desempeñado el encarecimiento de la energía durante esos meses, a pesar de que ─sin duda─ los elevados precios del petróleo tuvieron una gran relevancia en el desencadenamiento de la crisis. El hecho es que los analistas del sector sabían y comprendían de sobra que había que hacer algo de forma urgente para paliar la llegada al peak oil del crudo convencional, y por ese motivo era preciso conseguir cuanto antes una nueva fuente de hidrocarburos líquidos. Cualquiera. Al precio que fuera. A finales de 2009 y principios de 2010, [...] en los Estados Unidos se comenzaron a explotar nuevos tipos de hidrocarburos líquidos. Se trataba de extraer un hidrocarburo semejante al petróleo convencional, pero que, en vez de ocupar las oquedades y recovecos de una roca porosa ─semejante a una esponja─, se encontraba atrapado dentro de una roca compacta, sin cavidades conectadas y en la cual el petróleo no podía fluir a partir de la perforación inicial. Para poder extraer esos hidrocarburos se recurrió en primer lugar a la técnica de la perforación horizontal [...]. Sin embargo, como la roca sigue siendo demasiado compacta y el petróleo no fluye con facilidad, se recurre a una segunda técnica: la de la fractura hidráulica (en inglés, hydrofracking, una expresión que luego se abreviaría como fracking). La fractura hidráulica consiste en inyectar agua y arena a presión a impulsos repentinos que son prácticamente como explosiones con el objetivo de fracturar la roca compacta y así volverla porosa a la fuerza. [...] Como es fácil suponer, la técnica de explotación del fracking (que comprende la perforación horizontal múltiple y la fractura hidráulica) resulta extremadamente costosa, y por ese motivo no se ha usado de forma masiva hasta que nuestra desesperación nos ha obligado a ello. [...] Añádase a esto que los pozos de fracking obtienen el 80% de su rendimiento en los dos primeros años y que cinco años después su producción resulta completamente despreciable, por lo que se suelen abandonar antes de cumplirse ese plazo, y se comprenderá por qué no se han hecho oleoductos que transporten la producción, pues los pozos duran tan poco tiempo que no sale a cuenta. Todo se traslada en camión, tanto el petróleo que se extrae como el agua y la arena que se inyectan para hacer la factura hidráulica, las sustancias que se usan para favorecer el flujo de hidrocarburos y las aguas contaminadas que afloran. Todo va en camiones, que en las zonas más productivas forman hileras interminables que circulan veinticuatro horas al día. Y como de promedio se necesitan doscientos pozos de fracking para producir lo mismo que con un pozo convencional, se tienen que perforar miles de pozos, sin pausa, para mantener en marcha semejante industria. [...] desde numerosos medios ─ya en 2012─ se saludó con efusión la llegada del fracking [...] Sin embargo, ya en 2014 el Departamento de Energía de los Estados Unidos alertaba de que las 127 mayores compañías de petróleo y gas de todo el mundo (contando las públicas y privadas, nacionales y multinacionales) habían estado perdiendo más de ciento diez mil millones de dólares por año de 2012 a 2014. [...] La causa fundamental de estas pérdidas fueron los gigantescos gastos en exploración y desarrollo, que se multiplicaron casi por tres de 2000 a 2014, y justamente el fracking fue uno de los responsables de ese enorme incremento del gasto. [...] Para agravarlo aún más, la deuda anual solo del sector del fracking estadounidense se incrementa en varias decenas de miles de millones de dólares por año. [...] Según las previsiones más pesimistas, está técnica de extracción ha tocado fondo en 2019; según las más optimistas, no llegará a su culmen hasta 2025»; [pp. 34-41].
«Desde hace muchas décadas se conocen las grandes reservas mundiales que existen de los petróleos extrapesados, cuyos mayores depósitos se encuentran en Canadá y en Venezuela. Estos petróleos extrapesados se denominan así porque son muy densos y viscosos, hasta el extremo de que no se pueden considerar propiamente líquidos: su aspecto es, más bien, el de la brea o el alquitrán. Resultan unos ungüentos grasos, densos y pegajosos, más útiles para calafatear barcas o para asfaltar carreteras que para quemar. El nombre técnico de este tipo de sustancias es bitumen, y por eso en el caso de los depósitos de Canadá, donde el petróleo extrapesado se encuentra mezclado con arena, se las conoce como arenas bituminosas. En Venezuela también se presenta mezclado con el sustrato arenoso de la selva del río Orinoco, en una zona de más difícil acceso que en Canadá, aunque las reservas venezolanas son enormes. La extracción del petróleo extrapesado despega hacia 2000, en un momento en que se empieza a intuir que el petróleo crudo convencional no subirá más, pero es a partir de 2005, cuando el petróleo crudo convencional toca fondo, que empieza a concederse más importancia a los petróleos extrapesados. [...] Sin embargo, demasiado pronto se vio que los petróleos extrapesados presentaban demasiadas limitaciones al no permitir alcanzar un alto nivel de producción, y creaban, además, graves problemas ambientales. La explotación de los petróleos extrapesados plantea enormes retos ya desde su misma extracción. Dado que no fluyen de ninguna manera, se tiene que comenzar por reblandecerlos y arrastrarlos con vapor de agua a mucha presión. Esto implica, en primer lugar, un gran consumo de agua y, en segundo, un gran consumo de energía para calentar el agua hasta convertirla en vapor e inyectarla en el subsuelo para ir extrayendo el bitumen. [...] Pero ahí no acaba la cosa. [...] hay que mejorar el bitumen para poder transformarlo en combustible idóneo para coches, camiones, tractores, excavadoras, aviones, barcos... Para lo cual se han seguido diversas estrategias [...]. En Canadá, debido a la proximidad de las explotaciones de las arenas bituminosas a los grandes yacimientos de gas natural, se usó inicialmente ese gas [...]. Pero, a medida que la producción de bitumen canadiense fue subiendo, pronto se vio que no habría suficiente gas natural [...]. Hubo que buscar una estrategia alternativa, y esta fue la de mezclar el bitumen con petróleo más ligero proveniente de los Estados Unidos [...]. Venezuela optó desde el principio por mezclar sus petróleos extrapesados con el petróleo ligero que la propia Venezuela extraía de la bahía de Maracaibo, pero [...] pronto comenzó a faltar petróleo ligero para conseguir realizar la orimulsión y Venezuela empezó a importarlo de otros países [...]. Durante la primera década de este siglo se exagero mucho la importancia de los petróleos extrapesados, ya que sus reservas equivalen a un par de siglos del consumo actual de petróleo. Sin embargo, por más bitumen que encontremos en el subsuelo, al final la producción mundial de petróleos extrapesados difícilmente superará nunca los cuatro millones de barriles diarios (poco más del 4% del total actual), y no por falta de reservas de bitumen, sino por escasez de los otros medios que se necesitan: agua, calor y una fuente de hidrocarburos ligeros extra con los que poder combinarlos. Además, la explotación de este recurso conlleva una destrucción medioambiental difícilmente comparable con la de otras fuentes energéticas [...] la inversión en los petróleos extrapesados es ruinosa desde un punto de vista medioambiental, pero también supone una ruina económica: el elevado coste energético hace que el rendimiento de este tipo de explotación no pueda ser nunca económicamente rentable»; [pp. 45-49].
«[...] con el embargo árabe de 1973 primero y la guerra Irak-Irán de 1978 después, [...] el mundo tuvo que buscar nuevas fuentes de petróleo. [...] por primera vez se empezaron a explotar de forma masiva los yacimientos de petróleo en el mar, concretamente, en la denominada plataforma continental o zona sedimentaria de agua menos profunda que rodea los continentes. Y así empezó a ganar importancia el petróleo offshore o de yacimientos en el mar. De modo que, a medida que los yacimientos que se encuentran sobre la plataforma continental se iban agotando, lo lógico era pensar que el siguiente paso sería desplazarse a alta mar. [...] La plataforma continental es una zona del mar cercana a los continentes que se caracteriza porque su fondo marino presenta unas características geológicas diferentes de las del fondo en alta mar y por ser mucho menos profundo (de unos pocos metros a unos 200 metros). [...] Por tanto, los yacimientos de petróleo que se encuentren en la plataforma continental son fáciles de explotar [...]. En contraste, la situación es muy diferente en alta mar. La profundidad media de los grandes océanos es de varios miles de metros [...]. Los yacimientos de Brasil y Angola se encuentran preferentemente en la zona denominada de talud continental, que es el espacio de transición entre la plataforma continental y el mar profundo. Estos yacimientos se suelen ubicar bajo una lámina de agua de unos dos mil metros y bajo estratos de roca de unos tres mil metros de grosor; por tanto, se trata de extraer el petróleo que se halla a unos kilómetros por debajo del punto de extracción. Ya solo por eso podemos hacernos una idea de la complejidad y de las dificultades de la producción de petróleo en aguas profundas. Por ejemplo, debido a la profundidad a la que se encuentra el lecho marino, es imposible pensar en construir una plataforma petrolífera convencional fijada al fondo marino; por el contrario, este tipo de yacimientos se explotan usando plataformas petroleras flotantes con geoposicionamiento dinámico: es decir, la plataforma petrolera o barco de extracción flota libremente, de ahí que, para evitar doblar el tubo de perforación hasta partirlo, precise moverse continuamente a fin de asegurarse de que está siempre sobre el pozo. Así, el barco calcula una y otra vez su posición mediante GPS y se reposiciona a cada instante con sus motores omnidireccionales. [...] Todo esto encarece de forma considerable las operaciones de extracción de petróleo en aguas profundas. [...] El petróleo de aguas profundas representa actualmente poco menos de tres millones de barriles diarios (alrededor del 3% de la producción mundial). [...] En resumen, se trata de yacimientos caros de explotar, peligrosos y que probablemente tengan una vida útil muy breve, todo lo cual cuestiona que la cantidad recuperable sea tan grande como se dice y que, en última instancia, este tipo de explotación realmente merezca la pena. [...] En cuanto a los yacimientos en el Ártico, a estas dificultades se unen dos cuestiones clave. Por un lado, y salvo en sitios muy concretos, no se han identificado aún yacimientos de hidrocarburos que sean lo suficientemente grandes como para que merezca la pena su explotación, y es que la exploración del subsuelo ártico se halla aún en sus inicios. La otra cuestión clave es la dureza de las condiciones ambientales no ya para la explotación, sino ni tan siquiera para la exploración. Estamos hablando de una zona del planeta sumida en la penumbra o incluso en la oscuridad seis meses al año, donde soplan vientos sostenidos de gran fuerza, con temperaturas generalmente por debajo de cero y donde la presencia de icebergs es constante. Incluso bajo las hipótesis más adversas para la evolución del hielo ártico, este va a seguir formándose durante el invierno boreal y va a erigir masas suficientemente extensas como para aplastar el casco de una nave que tenga que mantener un geoposicionamiento dinámico sobre un punto fijo. Si la rentabilidad de los yacimientos en aguas profundas es dudosa, la de los yacimientos árticos es aún más especulativa y, probablemente, el doble de peligrosa. No cabe esperar, por tanto, ninguna solución mágica que proceda de este tipo de yacimientos»; [pp. 52-58].
«Desde hace más de dos décadas, en la mayoría de los países occidentales es obligado por ley que una parte del suministro de los surtidores en las estaciones de servicio sea lo que la ley denomina biocombustible. Por biocombustibles se entiende un líquido de origen vegetal que puede suplir ─al menos parcialmente─ los convencionales carburantes de origen fósil. El porcentaje de la mezcla [...] puede oscilar del 7% [...] hasta el 15% [...] los biocombustibles tienen, en volumen, casi un 20% menos de poder energético que los combustibles fósiles [...]. ¿Por qué se introdujo esta obligación de mezclar los carburantes de origen fósil con un pobre sucedáneo, con menos poder energético y que, como veremos, acarrea muchos problemas? Hubo, en su momento, una motivación principal, a saber: disminuir la dependencia del exterior. La idea que tuvieron los legisladores en muchos países occidentales fue que los propios agricultores acabaran cultivando su combustible. Sin embargo, numerosos estudios muestran cómo el rendimiento energético de la mayoría de los biocombustibles es tan bajo que, en realidad, eso de cosechar la propia energía resulta un negocio ruinoso. [...] Sin embargo, [...] al calor de la normativa que, por un lado, obligaba a la adición de biocombustibles y que, por otro, la subvencionaba, surgió una industria a escala global destinada al cultivo a gran escala de diversas plantas para la producción de biocombustibles. Por cierto que conviene aclarar desde el principio que el nombre más correcto para estas sustancias sería agrocombustible, puesto que el prefijo bio- podría dar a entender que son productos naturales y hasta cierto punto respetuosos con el medio ambiente o con la biodiversidad, mientras que en realidad se trata de productos derivados de la actividad a gran escala del sector agroalimentario cultivados industrialmente; al mismo tiempo que muchas de las técnicas industriales usadas para la producción de biocombustibles los hacen muy dañinos para el medio ambiente (por ejemplo, con la eutrofización de las aguas, la contaminación de los acuíferos, el empobrecimiento de la capa fértil, la pérdida de biodiversidad, los daños causados por el uso masivo de pesticidas, etcétera). [...] para producir los dos millones de barriles diarios de agrocombustibles que se generan hoy en día en el mundo (el 2% del total del petróleo producido), se utiliza una enorme cantidad de fertilizantes, pesticidas, tractores, cosechadoras y diversas máquinas de procesado, con un gran insumo de energía; un auténtico dislate energético, pero que hasta 2012 pudo ser marginalmente rentable gracias a las subvenciones. Lo interesante de todo esto es que, en realidad, era la gran abundancia de combustibles fósiles la que estaba dando esa subvención que permitía explotar los agrocombustibles. De ahí que, cuando los combustibles fósiles han comenzado a flaquear, se haya evidenciado que todo el esquema de los mal llamados biocombustibles carecía de sentido [...]. Como se ha denunciado frecuentemente, la producción de agrocombustibles compite con los usos alimentarios y se llega a situaciones aberrantes. Por ejemplo, en 2011 los Estados Unidos desviaron el 43% de la producción de maíz para producir bioetanol (un producto del que muchos estudios muestran que posee un contenido energético inferior al que se gasta en su producción) [...] se desvía grano y aceite para producir agrocombustibles, lo que deja menos comida disponible para las personas más necesitadas»; [pp. 59-63].
«De todas las materias primas energéticas no renovables, el gas natural es la única que aún no presenta síntomas claros de estar llegando a su nivel máximo de extracción. [...] Dado que todavía estamos en la fase creciente de la producción de gas natural, aún existe cierta incertidumbre en torno al momento exacto en que tendrá lugar ese nivel máximo de extracción del gas natural. [...] los nuevos descubrimientos de yacimientos de gas natural convencional están decreciendo, lo cual es un indicio de la llegada al pico productivo. [...] Los estudios más recientes nos indican un rango de fechas previstas para el pico del gas natural convencional situado entre 2023 y 2027, por lo que podemos aceptar con cierta fiabilidad que el pico del gas natural se va a producir alrededor de 2025 y, en todo caso, antes de 2030. [...] Sea como fuere, es evidente que no podemos confiar en que sea el gas natural el que nos proporcione una alternativa duradera al petróleo, puesto que en breve (a una escala histórica) se va a encontrar en la misma situación de declive terminal. [...] A diferencia del petróleo y de sus combustibles, que son líquidos y, por tanto, fáciles de almacenar y transportar, el gas natural es gaseoso y, en consecuencia, volátil [...]. Esta dificultad en el manejo del gas es lo que explica que sus mercados tiendan a ser muy regionales. El transporte de gas a larga distancia se realiza principalmente a través de gasoductos, que son largas conducciones de gas que conectan países en un mismo continente. Para el transporte intercontinental, la única opción es el uso de buques metaneros, encargados de llevar el gas natural licuado (a altas presiones y bajas temperaturas), lo cual implica una grandísima inversión, tanto en el propio barco como en la estación de carga (instalaciones de licuefacción de gas natural) y también en el puerto de recepción (estación de regasificación y conexión con la red de gasoductos nacional). [...] Además de implicar grandes inversiones por las dificultades de su manejo, el valor comercial del gas natural resulta bastante inferior al del petróleo (alrededor de la mitad de precio por caloría), por lo que son pocos los países que se lanzan a su explotación. Otro obstáculo que limita la distribución del gas natural son los factores geopolíticos, mucho más restrictivos que en el caso del petróleo. Así como el petróleo se puede transportar en grandes cantidades a través de buques petroleros, el gas natural necesita confiar en una red de gasoductos que lleve esta materia primera desde el productor hasta sus consumidores. [...]. Europa tiene dos suministradores principales de gas natural. El principal es Rusia, quien hizo construir dos grandes gasoductos a través del lecho del mar Báltico para llevar directamente el gas hasta Alemania, con lo que evitaba pasar por las repúblicas exsoviéticas que no siempre sintonizan con la madre Rusia (por ejemplo, Ucrania o Bielorrusia). El problema del gas ruso es que sus campos presentan claros síntomas de agotamiento [...]. Lo más probable es, pues, que la producción de gas ruso en los próximos años comience su declive terminal y que Rusia se oriente a mercados de mayor proximidad geográfica (y, por tanto, más rentables, por el menor coste de transporte), mayoritariamente hacia China, con quien ha firmado un gran acuerdo comercial. El otro gran suministrador de gas natural para Europa es Argelia, importante sobre todo para España [...]. La producción de gas argelino lleva estancada desde 2010 y con claros síntomas de descenso tras producirse numerosas protestas españolas por episodios de baja calidad en el gas suministrado. Al fallar Rusia y Argelia, Europa intentará ampliar en buena medida sus vías de suministro hacia Oriente Medio y, de manera más marginal, hacia otros proveedores, incluso los Estados Unidos. Sin embargo, nada parece ser capaz de ofrecer un suministro continuado durante las próximas décadas, así que Europa se encuentra probablemente ya en el cenit del suministro de gas natural»; [pp. 68-73].
«De todos los combustibles fósiles, el que posee con diferencia las reservas más grandes es el carbón. [...] A estas alturas ya sabemos, sin embargo, que ninguna materia prima puede extraerse a un ritmo constante, sino que necesariamente sigue una cierta curva de producción [...]. En este sentido, el carbón no constituye una excepción: no importa tanto cuántas reservas de carbón haya, sino a qué ritmo pueden ser extraídas. [...] La producción mundial de carbón llegó a su nivel máximo en 2015 y, de manera consistente, ha decrecido desde entonces. [...] El inevitable declive del carbón va a traer problemas con el suministro eléctrico en diversos países [...]. Alemania no ha abandonado el carbón, como tampoco lo han hecho ni los Estados Unidos ni China, por la misma razón que la India está aumentando su consumo: porque económicamente sigue siendo muy competitivo para la producción de electricidad, y estos países en los que la prioridad sigue siendo la competitividad de su industria, no pueden permitirse llevar a cabo la transición a medios de producción eléctrica más caros si no lo hacen también sus competidores. He aquí el gran drama del carbón: se trata del combustible más contaminante [...] y, además, en los próximos años iremos disponiendo cada vez de menos carbón, aun siendo fundamental para la industria. [...] existe otro problema aún mayor asociado al descenso del carbón: la necesidad de contar con carbón de coque para la producción de acero. [...] En el momento en que la producción mundial de carbón de coque comience a declinar [...] afectará a la industria metalúrgica en general y, más particularmente, a la del acero. [...] al tratarse de un material fundamental en la construcción y en la fabricación de prácticamente todo, la vida moderna no se podría concebir sin él»; [pp. 75-80].
«Los defensores de la energía nuclear suelen argumentar que, si ésta no ha ocupado un lugar más importante en nuestra sociedades, es porque hay una fuerte oposición contra ella entre los grupos ecologistas, preocupados por los riesgos que implica. Sin embargo, existen razones de mayor peso que la mera oposición de ciertos grupos sociales a la hora de entender por qué la energía nuclear lleva muchos años estancada y con tendencia a decaer. La primera cuestión es el bajo rendimiento energético. [...] La construcción de centrales nucleares recibe, en muchos casos, subvenciones de los Estados, porque los costes de construcción son cuantiosos [...]. Los costes operativos de las centrales nucleares, por el contrario, son mucho más pequeños, y, según quién haga la contabilidad de costes, puede llegar a afirmar que las centrales nucleares son rentables, aunque suela argumentarse que el tiempo requerido para recuperar la inversión inicial es aproximadamente igual al de su vida útil ─lo que demostraría la nula rentabilidad de estas instalaciones si los Estados no asumen sus costes de construcción─. Existe, además, un coste que generalmente no se suele contabilizar adrede, que es el de desmantelamiento de la central [...]. En realidad, la apuesta por la energía nuclear tiene un fuerte componente político: garantizar una primacía en un sector considerado estratégico por razones tecnológicas y militares. Otro de los motivos de la baja rentabilidad de la energía nuclear guarda relación con el tipo de energía producida: la electricidad [...]. La realidad es que hoy en día, en las sociedades industrializadas, el consumo de energía eléctrica supone solo alrededor del 20% del total de la energía final (esto es, lista para ser utilizada). Por tanto, producir solamente electricidad es un hándicap importante para las centrales nucleares, porque su energía no es apta para muchos usos necesarios [...]. Otra cuestión importante es la escasez de uranio. [...] el pico del uranio, que aparentemente ya se ha producido, sucedió en 2016, así que aún es demasiado pronto para que se noten sus efectos, ya que el ritmo de caída de la producción es lento al principio. Por otra parte, el parque de centrales nucleares lleva prácticamente estancado desde hace 20 años, con lo que la demanda no crece sustancialmente y eso retrasa el momento en el que los efectos del pico del uranio vayan a comenzar a notarse. Por último, hasta el 16% del total del uranio consumido anualmente proviene de las denominadas reservas secundarias, es decir, de uranio extraído en las pasadas décadas, pero que no fue consumido en su momento. La mayoría de estas reservas secundarias proviene de bombas atómicas, que están siendo desmanteladas conforme a los tratados internacionales de desarme. La previsión del ritmo de declive en la producción de uranio para los próximos años anticipa el surgimiento de problemas en el suministro de uranio a partir de 2025, según la Agencia Internacional de la Energía. Cuando se les constata la realidad del declive en la producción de uranio y las limitaciones que supone el reprocesamiento del combustible gastado, los defensores de la energía nuclear suelen mencionar [...] los reactores de IV generación. Este tipo de reactores operarían con neutrones rápidos, a diferencia de los neutrones térmicos o lentos de los reactores de fisión convencional [...]. El gran problema de los reactores de IV generación es que no se trata, ni mucho menos, de una tecnología nueva: hace ya más de 70 años que llevamos experimentando con ella y presenta numerosas dificultades técnicas que son difíciles de soslayar. Además, un reactor de neutrones rápidos es muchísimo más peligroso que un reactor nuclear convencional [...], en el caso de los reactores de neutrones rápidos un incidente grave podría ocasionar una verdadera explosión nuclear. [...] La otra gran tecnología nuclear es la de la fusión. Al contrario de lo que sucede en los reactores nucleares convencionales que son de fisión y en los que el objetivo es aprovechar la energía que se libera al romper núcleos de número atómico elevado, en el caso de la fusión se pretende aprovechar la energía que se libera al fusionar núcleos ligeros. [...] Las dificultades técnicas que plantea la fusión están muy lejos de ser resueltas, e incluso algunas de las necesidades tecnológicas de un reactor de fusión pueden resultar físicamente inalcanzables (como han denunciado varios premios Nobel de Física). Hay una broma recurrente en el sector, y es que siempre faltan cincuenta años para que tengamos el primer reactor comercial de fusión. [...] En resumen, [...] la energía de fisión está fuertemente limitada por la escasez de uranio y por su bajo rendimiento económico y, en cuanto a las promesas tecnológicas (tanto los reactores de fisión de neutrones rápidos como los de fusión), no parece verosímil que vayan a cumplirse nunca»; [pp. 84-90].
«La energía hidroeléctrica es la más importante de las energías renovables, y llega a producir más del 6% de toda la energía primaria consumida en todo el mundo [...]. Con todo, el mayor problema de la energía hidroeléctrica en la transición energética proviene de que se trata de una tecnología largamente explotada y, por tanto, el potencial añadido que pueda ofrecernos es muy limitado. Hay ciertas regiones del planeta en las cuales prácticamente no se ha explotado la energía hidroeléctrica y por eso, en todo el mundo, su potencial de crecimiento aún resulta elevado y puede llegar a duplicarse con respecto a los valores actuales. Sin embargo, a lo largo de todo el mundo occidental la energía hidroeléctrica ha agotado su recorrido de manera efectiva, e incluso contando con proyectos de minihidroeléctrica y microhidroeléctrica (presas muy pequeñas, prácticamente domésticas, en cursos de agua de poco caudal y generalmente irregulares), es difícil que se pueda aumentar la producción de hidroelectricidad más de un 10% con respecto a los niveles actuales [...]. Otro de los problemas que tiene la hidroelectricidad guarda relación con los procesos que va a traer consigo el cambio climático. Al modificarse el régimen de lluvias, la seguridad que antaño nos aportaba la presencia de presas, no solamente en la producción de electricidad, sino también en el suministro de agua de riego y de agua potable, se va a ver seriamente afectada»; [pp. 91-94].
«Durante las últimas tres décadas, la energía eólica ha experimentado un despegue sin precedentes: [...] ha multiplicado exponencialmente su presencia hasta representar, en la actualidad, el 1% de toda la energía primaria que se produce en el mundo. Aun así, un 1% es un porcentaje muy escaso y, si tenemos en cuenta las diversas limitaciones de la energía eólica, es muy probable que nunca sobrepase el umbral del 5 o del 6% del actual consumo de energía primaria. [...] El Grupo de Energía, Economía y Dinámica de sistemas (GEEDS) de la Universidad de Valladolid ha hecho diversos análisis del potencial eólico del planeta Tierra para considerar cuánta energía disponible hay en la capa límite de la atmósfera, es decir, en los primeros 200 metros desde la superficie de la Tierra, que sea accesible a los aerogeneradores. La conclusión del GEEDS en un estudio de 2012 fue que, como mucho, se puede extraer el equivalente al 6% de la energía primaria [...]. En paralelo, un estudio del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) dio la razón al GEEDS al mostrar que la ubicación máxima de aerogeneradores podría causar una desviación más que notable de la circulación general de la atmósfera, de manera que habría unos límites con respecto a la máxima densidad de aerogeneradores en una zona, so pena de producir un efecto bosque (en donde el viento prefiere rodear el bosque por los lados y por encima a atravesarlo porque la obstrucción que generan los árboles acaba siendo, de manera efectiva, una barrera). [...] El potencial máximo de generación eólica constituye solo uno de los factores restrictivos para la expansión eólica. Hay otro problema muy importante, a saber: la dependencia intensa de los combustibles fósiles requerida para su despliegue y operación. [...] Una vez instalados, las reparaciones son también muy costosas en combustibles fósiles [...]. Además, hay que tener en cuenta que, como cualquier otra instalación, un parque eólico posee una vida útil, superada la cual resulta imposible mantenerlo en funcionamiento porque las reparaciones acaban siendo más costosas que construir un parque nuevo desde cero. El coste energético y, en particular, de energías fósiles del desmantelamiento de los parques eólicos también es raramente considerado. [...] Si estos problemas son importantes para la energía eólica terrestre, lo son aún más para la energía eólica marina»; [pp. 97-101].
«La energía solar para la producción de electricidad en su conjunto (no solo la fotovoltaica) representa, en la actualidad, menos del 0,5% del total de la energía primaria consumida en el mundo. [...] España se halla sobreabastecida desde el punto de vista eléctrico. [...] no es precisamente electricidad lo que más necesitamos. Esta fijación por la producción eléctrica condena a los sistemas de aprovechamiento solar a su irrelevancia en la transición energética que debemos emprender sin falta. [...] Además de la saturación eléctrica, hay muchas otras limitaciones que aquejan a los sistemas fotovoltaicos. El primero que conviene tener en cuenta es que el potencial máximo fotovoltaico probablemente sea muy inferior al que, en general, se estima. [...] el rendimiento energético de los huertos solares de placas fotovoltaicas, operados en condiciones reales de explotación, resulta demasiado pírrico para pensar en que se pueda mantener una sociedad industrial basada en este sistema. [...] durante toda la vida útil de una planta fotovoltaica, por cada unidad de energía que se invierte en un huerto solar, se gana algo menos de tres unidades de energía. Eso puede parecer mucho [...], pero se reparte sobre un período muy amplio de tiempo (unos treinta años), lo cual equivaldría a una tasa porcentual anualizada promedio del 3,3%. Cuando ese rendimiento energético se traslada al rendimiento económico (pues hay otros costes más que los energéticos), este se queda en un magro 1 o 1,5% anual, lo cual explica el escaso interés económico de invertir en placas fotovoltaicas. [...] Hablando también del impacto ambiental de los paneles, un estudio de 2015 [...] apuntaba que la instalación masiva de paneles fotovoltaicos puede crear un calentamiento local significativo y, si uno llevaba la instalación de paneles fotovoltaicos a los millones requeridos para hacer la transición energética, se podría elevar la temperatura localmente entre 1° y 1,5° C, con efectos semejantes ─aunque de menor escala geográfica─ a los que se quieren prevenir con la instalación de los susodichos paneles. [...] Por último, la fabricación de paneles fotovoltaicos requiere materiales escasos. Particularmente preocupante es el problema de la plata, cuya escasez [...] afecta a los paneles fotovoltaicos [...]. Posiblemente, de entre todas las energías renovables, sea la tecnología con más problemas y peor rendimiento. No hay, pues, un gran futuro esperando a la energía fotovoltaica»; [pp. 104-111].
«[...] desde hace ya un par de décadas se viene insistiendo en que la economía del futuro podría basarse en el uso de hidrógeno como combustible de referencia de nuestra civilización [...]. Así pues, la energía del hidrógeno se basaría en la idea de utilizar la energía eléctrica generada por las energías renovables para producir hidrógeno mediante electrólisis (un proceso fisicoquímico a través del cual se hace pasar una corriente eléctrica a través de un recipiente lleno de agua que consigue separar el hidrógeno del oxígeno y ambos gases son recogidos en contenedores adecuados). Ese hidrógeno quedaría almacenado para ser usado como combustible, sobre todo por los vehículos. La idea en sí no es mala: todo parecen ventajas. [...] Sin embargo, [...] la economía del hidrógeno no ha tenido ninguna implantación [...] porque el hidrógeno presenta muchas [...] pegas que anulan las presuntas ventajas. Comenzando por el principio, el hidrógeno no es una fuente de energía. No existen yacimientos de hidrógeno ni ningún lugar donde podamos extraerlo puro. El hidrógeno precisa generarse mediante algún tipo de reacción física o química, y eso implica un coste energético que, de acuerdo con el segundo principio de la termodinámica, será siempre mayor que la energía que vayamos a poder aprovechar después de quemar ese hidrógeno. Por tanto, el uso de hidrógeno no resuelve en modo alguno la crisis energética, ya que no nos proporciona nuevas cantidades de energía. Más bien al contrario: para producir hidrógeno por hidrólisis perderemos entre un 25 y un 50 % de la energía que luego nos dará su combustión [...]. Aun así, el hidrógeno puede ser útil porque nos da un vector energético, es decir, una sustancia o sistema donde poder guardar la energía hasta que la usemos. Por tanto, si aprovecháramos los excedentes de la producción eléctrica renovable para obtener hidrógeno, estaríamos aprovechando una energía que, de otro modo, íbamos a perder. Además, dado que el hidrógeno es algo que pueden llevar los vehículos en su depósito, nos proporcionaría esa potencia y esa autonomía que no podemos conseguir con los vehículos eléctricos [...]. Sin embargo, la idea de que los sistemas de producción eléctrica renovable nos vayan a dar excedentes es errónea [...] lo cierto es que el empleo del hidrógeno presenta muchos otros inconvenientes que lo hacen poco versátil»; [pp. 127-131].
«Como hemos visto a lo largo de este libro, la producción de combustibles fósiles, que constituye hoy en día el 86% de toda la energía primaria que se consume en el mundo, está comenzando a experimentar un proceso de disminución progresiva irreversible. [...] No podremos evitar que la producción de combustibles fósiles disminuya progresivamente a lo largo de las próximas décadas. Lo único que llegaremos a cambiar, si hacemos las cosas peor, es que la caída sea más rápida de lo que resulta estrictamente necesario (por ejemplo, invirtiendo los recursos disponibles en falsas soluciones o embarcándonos en guerras estériles por el control de los últimos recursos). Las fuentes de energía renovables, aunque tengan un potencial de producción de energía muy elevado, solo podrían llegar a cubrir una fracción del total de energía consumido hoy en día. Además, nos estamos quedando sin tiempo para lanzar un despliegue renovable a gran escala que debería llevar décadas. Además, un despliegue de tal naturaleza requeriría enormes cantidades de recursos minerales diversos, algunos de los cuales, como el cobre o el litio, también van a comenzar a escasear pronto. Por si lo anterior fuera poco, todo esto sucede en un momento en el que la humanidad se enfrenta a grandes retos ambientales, entre los que descuella el cambio climático por su alcance global. Unos retos que requerirían grandes despliegues de ingeniería en un contexto que va a ser de recursos escasos. Justo cuando más vamos a necesitar de la energía y los materiales para reparar el desastre ambiental (causado, por cierto, por nuestro uso inmoderado de energía y materiales), estos se van a volver escasos. Tenemos por delante el trazado de la tormenta perfecta, el petrocalipsis que comentábamos al comienzo de este libro. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Por qué se suceden todas estas crisis simultáneamente? ¿Cómo puede ser que no seamos capaces de reaccionar? La respuesta a todas estas preguntas se resume en una simple palabra, mil veces escuchada: debido al capitalismo. O, para ser más precisos, a la necesidad de crecimiento económico que tenemos y que es inherente al sistema capitalista [...]. Pero nosotros nos encontramos ahora en una situación de descenso energético forzado. La disponibilidad de energía va a ir disminuyendo cada año. [...] Por fuerza, por tanto, nuestra actividad económica decrecerá porque no vamos a poder permitirnos mantener todas las actividades en marcha, al no alcanzar la energía disponible (ni, de hecho, los materiales) para todas. Y cada año será peor: por cada año transcurrido, tendremos que dejar de hacer más cosas para centrarnos solo en aquellas importantes. Encima, será forzoso destinar una cantidad creciente de recursos a luchar contra el problema ambiental que hemos creado, con lo que iremos todavía más justitos. En medio de este contexto, resulta imposible obtener un crecimiento económico. Al contrario, lo que va a haber es un proceso de contracción económica. La cual no será constante ni tampoco igual en todas las partes del mundo. [...] En todo caso, estamos empezando un descenso que no solo es energético, sino también económico, y que será de tal calibre que acabará destruyendo el capitalismo tal como lo entendemos hoy en día. Esta crisis no acabará nunca»; [pp. 167-173].
«[...] no existe solución al problema porque estamos intentando resolver el problema equivocado. [...] Estamos planteando un problema sin solución: el de crecer indefinidamente en un planeta finito. No tiene sentido, y da igual cuántas cosas podamos descubrir, nunca serán suficientes para intentar cubrir ese imposible. La solución que necesitamos no es científica ni tecnológica: tan solo social. Simplemente, precisamos de un nuevo sistema económico y social que no necesite forzosamente el crecimiento. [...] Hay gente que, cuando por fin entiende esto, cuando por fin comprende que no hay ningún problema técnico que resolver, sino que todo el problema es ─pura y llanamente─ de organización social, sucumbe de pronto al desánimo. Estas personas consideran mucho más difícil cambiar la manera de organizarnos y de entendernos entre nosotros que intentar crear una especie de reactor nuclear mágico que proporcione una cantidad de energía infinita, aunque al final eso suponga freír toda la vida del planeta. Prefieren intentar resolver un problema imposible antes que enfrentarse al capitalismo. [...] Aunque durante algunos años aún pueda parecer que una determinada solución (basada en las energías renovables, en la nuclear, en los biocombustibles o en lo que sea) vaya a permitir mantener el sistema capitalista, no es verdad. Pasarán los años y las alternativas fracasarán. Lo harán de manera silenciosa: no se dirá que han fracasado, pero lo cierto es que no resolverán ninguno de los problemas planteados que se decía que iban a resolver. Pasará el tiempo y la situación de la mayoría de la gente será cada vez más complicada, sin que ninguna tecnología mágica acuda a su rescate. Se sucederán los gobiernos, algunos de ellos autoritarios, otros belicosos... Pero ni la represión interna ni las guerras externas resolverán el problema. Al final, poco a poco la gente se irá dando cuenta de que ideas semejantes a las que se proponen en este libro son las que funcionan. [...] A medida que el capitalismo se vaya desmoronando, irá asomando una realidad alternativa. Eso no quiere decir que nos podamos sentar tranquilamente en nuestro sillón a esperar a que el capitalismo desaparezca, ahogándose en sus propias contradicciones. Porque, si bien el capitalismo acabará desapareciendo (o mutando radicalmente desde lo que es ahora), aquello hacía lo que nos encaminamos dependerá de las medidas que tomemos nosotros aquí y ahora. Así pues, podemos acabar en un sistema ecofascista, en el que un Estado imponga a sus ciudadanos medidas coercitivas que ciertamente sean positivas desde el punto de vista de la crisis de recursos y del medio ambiente, pero sus métodos serán autoritarios y represivos, y no necesariamente se repartirá la carga de una manera equitativa. O bien podemos acabar en un sistema militarista y expansionista, convencido de que la solución a la crisis consiste en invadir tantos países como pueda en pos de los recursos que se necesitan para mantener el statu quo. Y, claro, podemos acabar en un sistema neofeudal, en el que uno o varios señores de la guerra impongan su ley a sangre y fuego a toda la población. Pero también podemos acabar en un sistema democrático, capaz de gestionar los límites y, al mismo tiempo, de respetar las libertades individuales y colectivas, además de fraguar consensos amplios siendo respetuoso con las posiciones minoritarias. Cualquiera de esos sistemas es posible, y seguramente en el mundo de mañana convivan todos ellos. El tipo concreto al que nosotros vamos a pertenecer dependerá completamente de nosotros mismos»; [pp. 199-203].