martes, 8 de octubre de 2019

Jorge Riechmann, "Comerse el mundo: sobre ecología, ética y dieta"

CONTEXTOS
JORGE RIECHMANN
COMERSE EL MUNDO: SOBRE ECOLOGÍA, ÉTICA Y DIETA
selección de 
Raúl Garrobo Robles 

Con el sugerente título Comerse el mundo, este pequeño libro de Jorge Riechmann se ofrece como alegato en favor de otro paradigma cultural de alimentación, más ecológico y solidario, alejado del actual modelo capitalista de consumo insostenible e inmoral sobre el que los opulentos países del hemisferio norte sustentan sus orondas y embotadas conciencias. Una vez más, Riechmann escribe para el gran público, desplegando una tarea tan necesaria para la ciudadanía como a menudo poco loable desde el punto de vista de las pulcras cátedras universitarias. Mas no por ello la argumentación carece de agudeza ni se ve privada de vigorosas sentencias que se esgrimen en el texto, unas veces como epígrafes, otras como lemas, pero siempre con la eficacia poética de quien sintetiza la verdad en un grito, en una queja, que zahiere las conciencias. “Apartheid planetario”, “mundo lleno” o “efecto bumerán” son algunas de las expresiones contenidas en los epígrafes y lemas mencionados y que acompañan ideas tan sugerentes como la del regreso de la tesis cartesiana del animal-máquina o la de la revolución copernicana en el terreno de una filosofía moral que debería ver expandirse sus horizontes en la dirección de nuestra hermandad con los animales. Por todo ello, conforme progresa en la lectura de las páginas del libro, el lector se ve compelido a conformar sus presupuestos culturales de conducta alimentaria en acuerdo con los cuatro grandes bloques de razones por los que Jorge Riechmann propone renunciar a la ganadería intensiva: 1) la crueldad con la que son tratados los animales de las factorías de exterminio en que se han convertido nuestras fábricas de carne; 2) la insolidaridad que supone alimentar al ganado destinado al frenesí devorador humano con los cereales y soja con los que se podría perfectamente erradicar el hambre en el mundo; 3) los múltiples impactos ecológicos inaceptables que conlleva la cría intensiva de ganado; y 4) las consecuencias para la salud y el gasto sanitario que se derivan de la proliferación del consumo de carne en la dieta de los países que han sucumbido a la desmesura (hýbris) de sus apetitos. 


Jorge Riechmann

SELECCIÓN DE TEXTOS

Texto 1
No resignarnos al “apartheid” planetario
«[…] lo que el crecimiento chino nos pone ante los ojos es la reducción al absurdo del modelo de producción y consumo del que hoy nos beneficiamos las élites del planeta, el 20% ─aproximadamente─ de la población mundial. China muestra que basta con que otro 20% se tome en serio lo que hemos venido predicando sobre el “desarrollo”, e intente ponerlo en práctica, para que el modelo cruja por todas sus junturas, y quizá acabe saltando por los aires. La biosfera no puede acoger otros 1.200 ó 1.300 millones de personas viviendo según las pautas insostenibles de producción y consumo que han generado las sociedades industriales desde hace dos siglos, y sobre todo en la segunda mitad del siglo XX: y no digamos si se pretendiese generalizarlo a la totalidad de los habitantes del planeta… En éste sencillamente no hay “espacio ecológico” para que todos los seres humanos que hoy lo pueblan puedan vivir como hoy lo hace la minoría rica y dispendiosa. Pero si este modelo no es generalizable, si harían falta dos o tres planetas adicionales para que pudiese extenderse a todos, entonces tampoco en justo. Ni los ciudadanos y ciudadanas conscientes, ni los demás movimientos sociales críticos, pueden resignarse a una situación así: consolidarla sería afianzar una suerte de apartheid planetario»; [p. 11].
Texto 2
En un “mundo lleno”: la nueva interdependencia
«La humanidad, que durante milenios vivió dentro de lo que en términos ecológicos puede describirse como un “mundo vacío”, ha pasado a vivir en un “mundo lleno”. […] En este “mundo lleno” en términos ecológicos, no es posible ya imaginar ningún tipo de “espléndido aislamiento” […]. La consecuencia más importante de la finitud del planeta es la estrecha interdependencia humana […]. Somos mucha gente viviendo dentro de un espacio ambiental limitado. Las reglas de convivencia que resultan adecuadas para esta situación son diferentes, sin duda, de aquellas que hemos desarrollado en el pasado, cuando éramos pocos seres humanos viviendo dentro de un espacio ambiental que nos parecía ilimitado. Pensemos, por ejemplo, en que, todavía hoy [año 2005] las subvenciones para actividades que destruyen el medio ambiente (como la quema de combustibles fósiles, la tala de los bosques, la sobreexplotación de acuíferos o la pesca esquilmadora) alcanzan en todo el mundo la increíble cifra de 700.000 millones de dólares cada año: se trata, evidentemente, de una situación heredada de tiempos pasados, cuando en un “mundo vacío” podía tener sentido incentivar económicamente semejantes actividades extractivas. En un “mundo lleno” resulta suicida: hacen falta nuevas reglas de convivencia (gravar tales actividades con ecoimpuestos o tasas ambientales en lugar de subvencionarlas, por ejemplo). […] Somos muchos, y estamos destinados a vivir cerca unos de otros. Tal situación no es necesariamente una condena: podemos y debemos transformarla en una ocasión para mejorar juntos»; [pp. 11-14].
Texto 3 
El efecto bumerán de residuos y tóxicos 
«Cuando alcanzamos los límites del planeta, todo parece volver a nosotros en una suerte de “efecto bumerán” ubicuo y multiforme, y se vuelve imperiosa la necesidad de organizar de una manera radicalmente distinta nuestra manera de habitarlo. En todas partes retornan a nosotros los efectos de nuestra actividad ─a menudo de forma muy problemática. Podríamos aducir muchos ejemplos, pero uno importante es el de los desechos y residuos que generamos. Los sistemas locales de gestión de la contaminación nos hacen creer que nos desembarazamos de las sustancias nocivas, pero en realidad lo que suele suceder es que las trasladamos más lejos, a menudo haciendo surgir en otro lugar problemas que pueden ser más graves que los iniciales. Y no encontramos ya centímetro cúbico de aire o agua, o gramo de materia viva, donde no podamos rastrear las trazas de nuestros sistemas de producción y consumo»; [pp. 14-15]. 
Texto 4 
La química verde frente al efecto bumerán 
«[…] en un “mundo lleno” los tóxicos acaban siempre retornando a nosotros, produciendo daño. De ahí la importancia de propuestas como las que avanza la química verde, que diseña procesos y productos químicos que eliminan (o reducen al máximo) el uso o la generación de sustancias peligrosas. Lo decisivo, aquí, es incorporar ya en la fase inicial de diseño la previsión de los riesgos que pueden surgir después […]: la anticipación de daños futuros obliga a intervenir en el momento de diseño inicial»; [p. 18]. 
Texto 5 
En un “mundo lleno” y redondo… 
«En un “mundo lleno”, no quedan ya tierras vírgenes por explorar, y caen las bases de la teoría liberal de la apropiación justa. En un planeta finito cuyos límites se han alcanzado, ya no es posible desembarazarse de los efectos indeseados de nuestras acciones (por ejemplo, la contaminación) desplazándolos a otra parte: ya no hay “otra parte”. Una vez hemos “llenado el mundo”, volvemos a hallarnos de repente delante de nosotros mismos: recuperamos de alguna forma la idea kantiana de que en un mundo redondo nos acabamos encontrando»; [p. 21]. 
Texto 6 
Anacronía de la idea de “soberanía del consumidor” 
«[…] en un “mundo lleno”, la idea de soberanía del consumidor es anacrónica. En lugar de ello, los poderes públicos democráticos deben diseñar estrategias de gestión de la demanda (no sólo en sectores donde la idea ya es de uso corriente, como el uso de energía o de agua, sino también en otros donde aún no ha penetrado esta nueva perspectiva: los transportes, el consumo de carne y pescado, el uso de recursos minerales, etc.) para no superar los límites de sustentabilidad, preservando al mismo tiempo en lo posible la libertad de opción […]. En un “mundo lleno”, no se trata ya de un (imposible) aumento indefinido de la oferta, sino de gestión global de la demanda»; [p. 24]. 
Texto 7 
Ganado y humanos: una competición por el acceso al alimento vegetal 
«Una vaca europea a comienzos del siglo XX, que consumía unos 15 kg diarios de heno, producía menos de 2.000 litros de leche al año, mientras que una vaca lechera de finales de siglo produce más de 10.000, consumiendo unos 5 kg de heno y 15 de pienso concentrado. Para hacer crecer más deprisa las reses ─de razas más productivas─ cautivas en los establos, se les proporcionan piensos enriquecidos con cereales y otros elementos nutritivos (como la harina de pescado). Cerca del 40% de la cosecha mundial de grano se destina a la cría de ganado. Esto equivale a convertir la cabaña ganadera en competidora directa con los seres humanos por un alimento vegetal básico que el sistema digestivo humano puede asimilar perfectamente»; [pp. 30-31]. 
Texto 8 
El mal uso de los antibióticos en ganadería 
«Los antibióticos necesarios para prevenir infecciones facilitadas por el hacinamiento en los establos se transmiten a los seres humanos y aumentan la resistencia de las cepas microbianas nocivas, acrecentando la vulnerabilidad humana ante las infecciones. […] El mal uso de los antibióticos, tanto en medicina humana como en ganadería, está creando agentes infecciosos resistentes a los tratamientos con antibióticos, y con ello un grave problema de salud pública. Muchos antibióticos, con los que se trata a los animales de crianza intensiva, son idénticos o muy similares a los que se emplean para combatir infecciones humanas […]. Se estima que el 70% de todas las sustancias antimicrobianas empleadas en EE.UU se administran a vacas, cerdos y aves sanas, como tratamiento preventivo de infecciones o como promotores de crecimiento. Esto constituye una receta para el desastre sanitario. La actual crisis de las enfermedades infecciosas se agrava porque muchos de los microbios son resistentes a cada vez más medicamentos de los empleados para combatirlos. La natural aparición de resistencias se ve agravada por el uso inadecuado que hacemos de estas preciosas sustancias, consumiéndolas en exceso y sin respetar las bases científicas y prudenciales para su uso»; [pp. 31-32]. 
Texto 9 
España, año 2002: ¡Más de 765 millones de vidas animales sacrificadas para la producción ganadera! 
«En los países industrializados, la producción ganadera por habitante ha aumentado enormemente en los últimos decenios gracias a los nuevos métodos de cría, haciendo posible un consumo generalizado de carne, lácteos, huevos y otros productos animales. En España, y en 2002, se criaron 6’27 millones de cabezas de bovino, 23’07 millones de ovino, 3’03 millones de cabras, 23’28 millones de cerdos, 3’3 millones de pavos, 86’49 millones de conejos, 38’35 millones de aves ponedoras… y nada menos que 581 millones de pollos broilers. ¡Más de 765 millones de vidas animales!»; [p. 35]. 
Texto 10 
Ley de Lindeman: de comer vegetales a comer animales 
«[…] cuando comemos carne de animales criados con productos agrícolas ─como soja o maíz─ que podríamos consumir directamente perdemos entre el 10% y el 95% de la energía bioquímica de las plantas (éste no es el caso de los rumiantes criados extensivamente en pastizales, que no compiten por el alimento con los seres humanos: nuestros estómagos no pueden digerir hierba o paja). Se trata de una especie de “ley de hierro” de la alimentación (a veces denominada Ley de Lindeman en los textos de ecología): cada vez que se sube un escalón en la cadena trófica, se pierden aproximadamente las nueve décimas partes de la biomasa. Por ello, un aprovechamiento eficiente de los recursos alimentarios exige permanecer en la parte baja de la cadena trófica. Hoy, más del 40% de los cereales del mundo y más de la tercera parte de las capturas pesqueras se emplea para alimentar la excesiva cabaña ganadera de los países del Norte»; [pp. 37-38]. 
Texto 11 
El ganado norteamericano representa el hambre de mil millones de personas 
«En EE.UU., uno de los “graneros” del mundo y el espejo en que se miran tantos adoradores del “progreso”, más del 70% de los cereales se destinan a la alimentación del ganado, sobre todo vacuno. Se dedican 157 millones de toneladas métricas de cereales, legumbres y proteínas vegetales aptas para uso humano para alimentar al ganado que producirá los 28 millones de toneladas métricas de proteínas animales que consumen los estadounidenses anualmente. “El agrónomo René Dumont ha calculado que la cantidad de maíz consumido anualmente por la mitad de los feed lots (establos industrializados de engorde de ganado vacuno) californianos es más importante que el conjunto de las necesidades de un país como Zambia, donde este cereal es un alimento esencial y, en cambio, está devastado por una subalimentación crónica”. Un cálculo más reciente estima que sólo en EE.UU. el ganado come suficiente cereal y soja como para alimentar a mil millones de personas»; [p. 38]. 
Texto 12 
El despilfarro de unos supone escasez para otros 
«[…] los animales criados en ganadería intensiva son convertidores de energía bioquímica poco eficientes: para obtener un kilo de proteína de origen animal, en las sociedades industriales, empleamos entre dos y veinte kilos de proteína de origen vegetal (según las especies y los métodos de cría intensiva utilizados) que podrían consumir directamente los seres humanos. En el caso del ganado vacuno de crianza intensiva, con la cantidad de cereal y soja empleada para alimentar a los animales cuya carne consumirá una sola persona podrían nutrirse veinte personas. […] El Consejo para la Alimentación Mundial de las NN.UU. ha calculado que dedicar a la alimentación humana entre el 10 y el 15% del grano que se destina al ganado bastaría para llevar las raciones al nivel calórico adecuado, erradicando el hambre. […] Como se ve, existe un nexo poderoso ─aunque no lineal─ entre el hambre y desnutrición humanas en el planeta y la alimentación excesivamente carnívora de las poblaciones ricas del Norte; y entre esta última y el deterioro ecológico galopante»; [pp. 39-42]. 
Texto 13 
La crianza industrial de animales supone más campos de cultivo y menos espacio ecológico para la vida silvestre
«[…] la crianza industrial de animales no elimina los campos de cultivo sino que los multiplica. Lejos de “liberar espacio ecológico” para la vida silvestre, se trata de una práctica que acapara mucho más espacio ecológico para fines humanos. […] En EE.UU. se ha calculado el terreno fértil que se necesita para la agricultura convencional mecanizada, con una dieta fuertemente carnívora, y la que se necesita para una forma de vida básicamente vegetariana: son más de 4000m2 en el primer caso, frente a menos de 1000m2 en el segundo. Es decir, la quinta parte de superficie agrícola. Si se trata de miniagricultura intensiva (métodos de John Jevons y Ecology Action en California), bastan entre 180 y 360m2. Como se ve, el impacto ambiental se reduce a 1/5 en el primer caso, y nada menos que a 1/40 en el segundo»; [pp. 43-44]. 
Texto 14 
Litros de agua necesarios para obtener un kilo de alimento
«La producción de un kilo de proteína animal, en las condiciones de la ganadería industrializada moderna, requiere en promedio cuarenta veces más agua que un kilo de proteína de cereales. Pero, por ejemplo, un kilo de vacuno requiere hasta doscientas veces más agua que un kilo de patatas»; [p. 45]. 
Texto 15 
Consumo justo y pautas de consumo universalizables
«Ninguna pauta de consumo puede considerarse moralmente aceptable si es intrínsecamente imposible de universalizar […]. Sólo los productos que todos los seres humanos pudiesen consumir de manera sustentable, sin dañar al resto de la sociedad ni al medio ambiente, son aceptables para seres humanos preocupados por un “consumo justo”. […] de acuerdo con esta norma mínima, las dietas altamente cárnicas que prevalecen en los países del Norte no son moralmente aceptables. […] En 1990, para alimentar a los más de 5.300 millones de habitantes del planeta, se contó con una cosecha de 1.780 millones de toneladas de cereales. Supuesta una distribución igualitaria, con esta cantidad hubiesen podido alimentarse suficientemente 5.900 millones de personas»; [p. 46]. 
Texto 16 
Dieta mediterránea y justicia en un mundo finito
«[…] una dieta básicamente mediterránea, pero menos cárnica que la actual, sería al mismo tiempo: (I) ecológicamente sustentable, (II) generalizable a toda la población mundial (y por ello, en potencia, moralmente aceptable) y (III) más saludable que la actual. Por desgracia, en un país mediterráneo como el nuestro ¡nos alejamos cada vez más de la dieta mediterránea, por sobreconsumo de carne y grasas, empeorando así las perspectivas de sustentabilidad y justicia para nuestro mundo! […] la dieta de 1964 resultaba ─en términos nutricionales─ mucho más adecuada que la de 1999. El desarrollo puede degenerar en sobredesarrollo»; [pp. 47-49]. 
Texto 17 
Criterios para enjuiciar moralmente nuestros sistemas agropecuarios: 
¡La tesis cartesiana del animal-máquina!
«Una dieta universalizable pero que cause intenso padecimiento a muchos seres sintientes será también objetable. […] existe una razón de mucho peso para rechazar la ganadería intensiva: los animales criados en tales condiciones padecen una vida lamentable y llena de sufrimientos. Un reportaje pionero de Robert Jungk, escrito a comienzos de los años cincuenta, capta las primeras fases del proceso en el país que lo inició, EE.UU. […] Jungk visita la “granja modelo” de Isaac Sharkajan, “fabricante de carne y leche” […]: “Consideramos nuestras vacas, ante todo, como si fueran unas máquinas ─me explicó este próspero granjero. Alimentamos la máquina con materia prima en forma de pienso, y ésta la transforma en leche y mantequilla. Nuestro ritmo de producción es tan acelerado que las vacas suelen agotarse en dos años y medio. Si al cabo de este tiempo las dejáramos pastar en los prados, se recuperarían indudablemente: pero he llegado a la conclusión de que este paro de la ‘máquina productora de leche’ resulta antieconómico. Por ello prefiero enviarlas al matadero y comprar con ese dinero vacas jóvenes, sin usar todavía”. ¡La tesis cartesiana del animal-máquina, interesadamente redescubierta por un sistema productivo que explota a los animales hasta la última gota de leche y la última gota de sangre, sin tener para nada en consideración su condición de seres sintientes! […] Podemos estar seguros de que cada granja “no ligada a la tierra” causa un caudal ingente de sufrimiento animal”»; [pp. 49-51]. 
Texto 18 
La revolución copernicana de la filosofía moral en defensa de los animales
«“El gran error de toda la ética”, escribió hace años el médico y filósofo alemán Albert Schweizer, “ha sido, hasta ahora, el de creer que debe ocuparse sólo de la relación del ser humano con el ser humano”. [...] [Se trata ésta de] una verdadera “revolución copernicana” en la filosofía moral: el ser humano debe dejar de ser el único animal merecedor de consideración moral. […] los animales son suficientemente parecidos a nosotros, en aspectos moralmente relevantes, como para que resulte inaceptable el trato que les dispensamos actualmente»; [pp. 52-53]. 
Texto 19 
Fábricas de carne; factorías de exterminio y tortura
«Las modernas factorías pecuarias son campos de exterminio y cámaras de tortura para animales. No pueden describirse cabalmente de otra forma. No son “granjas” sino por abuso de lenguaje: se trata de fábricas para producir carne, con los mismos imperativos de reducción de costes, productividad y eficacia de las demás industrias capitalistas. […] [En ellas] “sólo se reconoce que la crueldad es tal cuando deja de ser lucrativa” […]. La diferencia es que en este caso la materia prima son seres sintientes. Es inmoral someter a las vacas, los cerdos o las gallinas a los terribles sufrimientos de la crianza intensiva»; [p. 54]. 
Texto 20 
Condiciones lícitas de vida del ganado destinado al consumo
«¿En qué condiciones, entonces, sería moralmente lícito el consumo de carne? Sólo en el caso de animales que hubiesen sido sacrificados de forma indolora, después de haber vivido una vida digna y rica en experiencias agradables. De manera aproximada, la ganadería extensiva tradicional se ajusta a estas pautas (excepto en lo que atañe a los métodos indoloros de sacrificio, donde aún hay que mejorar mucho las cosas): la vida de los pollos de corral, los cerdos de dehesa o el ganado vacuno de montaña es envidiable si la comparamos con sus congéneres sometidos a estabulación industrial»; [pp. 54-55]. 
Texto 21 
El consumo excesivo de carne le supone a los Estados más gastos sanitarios que los provocados por el tabaquismo
«En EE.UU., el Comité de médicos para una Medicina Responsable […] estimó en 1995 que los costes médicos anuales relacionados con el consumo de carne estaban entre 29.000 y 61.000 millones de dólares. […] Para poner esta cifra en su contexto, hay que saber que los costes directos (estancias en el hospital, tratamientos, medicamentos, visitas al médico…) e indirectos (menor productividad, jornadas de trabajo perdidas, pensiones y otros costes no médicos) del tabaco en EE.UU. se estiman en 47.000 millones de dólares. En caso de que la estigmatización del fumador pudiera justificarse socialmente, hay que tener claro que la estigmatización del consumidor de carne está mucho más justificada todavía»; [pp. 55-56]. 
Texto 22 
Autolimitación voluntaria del consumo de carne
«Aunque no cabe pensar que, en un mundo donde los alimentos son mercancías y se distribuyen en buena medida a través del poder de compra de la gente, la autolimitación voluntaria en el consumo de carne vaya a mejorar directamente la situación de los hambrientos (nunca se repetirá lo suficiente que lo que les falta a éstos no es tanto alimento como poder y opciones vitales), sin embargo sí que es cierto que reducir el consumo de carne libera directamente espacio ecológico, y en esa medida permite avanzar hacia un mundo más sustentable. Es una condición no suficiente, pero sí necesaria para el auténtico desarrollo sostenible»; [p. 58]. 
Texto 23 
¿Comer animales es “natural”?
«Al discutir sobre estas cuestiones resulta frecuente oír que comer animales es “natural” o “lógico”, o incluso un asunto de “defensa propia”: puesto que los animales se comen entre sí, ¿por qué no vamos a comerlos nosotros? Quien así razona incurre, como es obvio, en una crasa falacia naturalista: el que un felino devore a un antílope es un acto desprovisto de significación moral, ya que ninguno de los dos actores del drama es un agente moral. Pero los seres humanos sí que lo somos; y para saber lo que es moralmente correcto no basta con echar una ojeada a las cadenas tróficas dentro de la biosfera»; [p. 58]. 
Texto 24 
Conclusiones de Jorge Riechmann
«Mi conclusión es que deberíamos cambiar nuestras pautas de alimentación hacia una dieta básicamente vegetariana ─la “dieta mediterránea” que antes evocamos─, mucho menos rica en carne que la actual, y renunciar a la ganadería intensiva. […] debería poder articularse una amplia coalición social que uniese a ecologistas, defensores de los animales, ganaderos de montaña (y pequeños ganaderos en general), preservadores de las razas autóctonas, agricultores biológicos, activistas de la alimentación natural y consumidores conscientes. El lema de una coalición así podría ser “menos carne, mejor carne, vida para el campo”»; [p. 61]. 

Jorge Riechmann, Comerse el mundo: sobre ecología, ética y dieta, Ediciones del Genal, Málaga, 2005.