domingo, 30 de diciembre de 2012

El intelectualismo moral socrático: la virtud consiste en saber

EL INTELECTUALISMO MORAL SOCRÁTICO: LA VIRTUD CONSISTE EN SABER
por
Peredur

Si Sócrates se esforzó a lo largo de su vida por alcanzar a definir los conceptos de lo justo, lo bueno, etc., ello se debió, sin duda, a su concepción de la virtud como conocimiento, esto es, a su intelectualismo moral. Según esta concepción, es necesario conocer en qué consiste cada virtud para poder obrar conforme a ella. Así, por ejemplo, sólo conociendo qué es lo justo se puede obrar con justicia. Ahora bien, si se acepta esta concepción de la virtud habría entonces que admitir que quien obra mal voluntariamente es mejor que quien lo hace inconscientemente, pues para obrar mal voluntariamente se necesita conocer previamente en qué consiste la virtud o, de lo contrario, ya no se estaría obrando voluntariamente. Sócrates, en todo caso, no acepta la posibilidad de que alguien pueda obrar mal voluntariamente, pues, para él, el conocimiento de la virtud es condición necesaria para obrar con rectitud. En consecuencia, todo aquel que obra mal lo hace por ignorancia y desconocimiento de la virtud. Por último, se hace evidente que para esta concepción no puede existir ni la culpa ni la falta de autocontrol; la primera, pues todo mal es involuntario, y la segunda, porque también ella es producto de la ignorancia.

Textos
«En verdad, casi toda la crítica a la incontinencia en los placeres, en la creencia de que los malos lo son intencionalmente, es incorrecta, pues nadie es malo voluntariamente, sino que el malo se hace tal por un mal estado del cuerpo o por una educación inadecuada, ya que para todos son estas cosas abominables y se vuelven tales de manera involuntaria. [...] Además, cuando los que tienen una constitución tan mala dicen sus malos proyectos políticos y sus discursos en las ciudades, en privado y en público y, por otro lado, cuando tampoco se estudia en absoluto desde joven aquello que pueda servir de remedio a esto, todos los malos nos hacemos malos por dos motivos involuntarios, de los que siempre hay que culpar más a los que engendran que a los que son engendrados y a los que educan, más que a los educados. Sin embargo, hay que procurar, en la medida en que se pueda, huir del mal y elegir lo contrario por medio de la educación y la práctica de las ciencias. Pero, por cierto, esto corresponde a otro tipo de discursos»; Platón, Timeo, 86d-87b.
¿Nadie es malo involuntariamente?

sábado, 29 de diciembre de 2012

Sócrates y el conocimiento de los conceptos

SÓCRATES Y EL CONOCIMIENTO DE LOS CONCEPTOS
por
Peredur

Sócrates frente al relativismo de los sofistas.

Ya hemos visto de qué manera Sócrates se oponía al individualismo de los sofistas. Sin embargo, éste no fue el único campo en el que Sócrates se opuso a éstos, pues también combatió su relativismo. En efecto, los sofistas, tal como se puede apreciar en las figuras de Protágoras y Gorgias, defendieron un relativismo extremo. Lo justo, lo bueno y las demás virtudes políticas y éticas eran para los sofistas nociones relativas, pues en última instancia dependían por entero de la opinión de cada individuo en concreto y, por lo tanto, del subjetivismo cognoscitivo. Sócrates se opuso rotundamente a este planteamiento, pues creía que en muchos casos sí era posible obtener una definición sobre qué fueran las diversas virtudes y, por lo tanto, alcanzar así su concepto común y universalmente válido.

A la búsqueda de los conceptos: inducción y definición.

El conocimiento que la mayéutica socrática pretendía engendrar y dar a luz no era otro que el conocimiento de los conceptos. Para alcanzar éstos, tal y como apunta Aristóteles, Sócrates se servía de la inducción y la definición, siendo la segunda el resultado de la primera. En efecto, a través de la inducción Sócrates creía que se podía identificar aquello que permanece idéntico en todo lo que decimos ser justo, bueno, etc., y, a continuación, fundar sobre ello la definición del concepto. Así, por ejemplo, lo justo se definiría como aquello que permanece idéntico e invariable en todos los casos en los que decimos que algo o alguien son justos.

Estatua neoclásica de Sócrates (Atenas). 

Gorgias y la retórica: el arte sofístico de la persuasión

GORGIAS Y LA RETÓRICA: EL ARTE SOFÍSTICO DE LA PERSUASIÓN
por
Peredur

De la verdad y lo verdadero a la verosimilitud y lo verosímil.

El subjetivismo cognoscitivo y el relativismo ético, político y cultural llevaron a los sofistas a negar la posibilidad de alcanzar ninguna verdad o certeza absolutas. Por ello, en ausencia de verdades universales, los sofistas vieron en la verosimilitud y en lo verosímil los fundamentos para distinguir lo más conveniente de lo menos conveniente. Sin embargo, lo verosímil no es como lo verdadero, es decir, no parece evidente por sí mismo. De ahí la necesidad de la retórica como instrumento para persuadir sobre su conveniencia.

Gorgias y el poder de la palabra.

Sin lugar a dudas, Gorgias es el sofista que mejor supo comprender el poder de la palabra como instrumento de manipulación y de persuasión capaz de convertir, como dice Aristófanes en su comedia Las Nubes, el argumento débil en el argumento más fuerte. En su Encomio de Helena el de Leontinos atribuye a la palabra una fuerza de persuasión más eficaz incluso que la que consigue la violencia física, pues ésta tan sólo impone, mientras que aquélla logra la convicción personal de quien escucha:
«La palabra es un poderoso soberano que, con un cuerpo pequeñísimo y completamente invisible, lleva a cabo obras sumamente divinas. Puede, por ejemplo, acabar con el miedo, desterrar la aflicción, producir la alegría o intensificar la compasión. [...] Pues la palabra que persuade al alma obliga, precisamente a esta alma a la que persuade, a dejarse convencer por lo que se dice y a aprobar lo que se hace. [...] Un solo discurso deleita y convence a una multitud, si está escrito con arte, aunque no sea dicho con verdad. [...] La misma relación guarda el poder de la palabra con respecto a la disposición del alma que la prescripción de fármacos respecto a la naturaleza del cuerpo. Pues, al igual que unos fármacos extraen unos humores del cuerpo y otros, otros; y así como algunos de ellos ponen fin a la enfermedad y otros, en cambio, a la vida, así también las palabras producen unas, aflicción; otras, placer; otras, miedo; otras predisponen a la audacia a aquellos que las oyen, en tanto otras envenenan y embrujan sus almas por medio de una persuasión maligna»; Gorgias, Encomio de Helena, 8-14.

domingo, 2 de diciembre de 2012

Las implicaciones filosóficas de las Teorías de la evolución

LAS IMPLICACIONES FILOSÓFICAS DE LAS TEORÍAS DE LA EVOLUCIÓN
por
Peredur

El evolucionismo, en términos generales, repercute en el modo de ver el universo y de situar al ser humano en él. Supone, pues, un cuestionamiento radical y profundo de nuestro tradicional antropocentrismo, que nos lleva a una nueva autocomprensión de nosotros mismos: el ser humano es una especie animal más y la vida humana se encuentra en último término arraigada en la vida biológica.

El lugar del ser humano en el conjunto de los seres vivos: Copérnico, Darwin, Freud.

La teoría evolutiva de Darwin se emparenta con el heliocentrismo de Copérnico y la teoría freudiana de la persona. Los tres suponen un duro golpe a la visión tradicional según la cual el ser humano ocupa un lugar privilegiado en el conjunto de los seres vivos. Estas teorías cuestionan las pretensiones humanas de superioridad sobre el resto de la naturaleza, así como el sentido de dominio asociado a tales pretensiones.

El ser humano ya no ocupa un lugar central en el cosmos, pues a partir del astrónomo polaco Nicolás Copérnico (1473-1543) se dejó de considerar a la Tierra como el centro del universo para ser vista como un planeta más. Gracias a Darwin y a sus seguidores el ser humano ha dejado de considerarse a sí mismo como centro de la creación y, por lo tanto, fuera del proceso evolutivo biológico. Pero, de hecho, tras los estudios sobre el psicoanálisis realizados por Sigmund Freud (1856-1939) el hombre ya no es centro ni tan siquiera de sí mismo, esto es, de su propia conciencia, pues está sometido a impulsos que en ocasiones no puede controlar y de los que no siempre es plenamente consciente.

El sentido de la evolución: azar o teleonomía.

A pesar de que la teoría evolutiva considera la evolución como producto del azar, hay quienes piensan que la casualidad no puede explicar los resultados de la evolución y que, en consecuencia, el proceso evolutivo debe estar regido por algún tipo de orden o finalidad. Se trata de la afirmación de la teleonomía, la cual postula una finalidad en la evolución, esto es, un orden intencional que puede ser intrínseco a la propia naturaleza (la mejora continua) o extrínseco (ordenado por algún agente externo superior: Dios).

La extensión del evolucionismo a las ciencias sociales: darwinismo social y sociobiología.

La teoría de la evolución de Darwin surge, como se ha dicho, de la aplicación de los principios de la demografía de Malthus a los seres vivos. Por tanto, no es de extrañar que en algunas de las interpretaciones y desarrollos de la teoría de la evolución se pretenda explicar el desarrollo de la sociedad en términos evolucionistas. Tal es el caso del darwinismo social, el cual aplica los conceptos de selección natural y supervivencia de los más aptos al terreno de la sociedad. Fruto también de esta extrapolación del evolucionismo a lo social es la llamada sociobiología, creada por el entomólogo Edward O. Wilson. Su proyecto pretende mostrar las determinaciones genéticas (biológicas) de todos los comportamientos sociales. Se trataría en ambos casos de reducir la sociología y lo social a lo biológico. Ahora bien, estas teorías se extralimitan en sus objetivos, pues es muy diferente decir que el ser humano está arraigado en la vida biológica que decir que sólo es vida biológica y a ella se reduce. En efecto, no se pueden estudiar aspectos tan diversos de la realidad, como son lo social y lo biológico, con un mismo método, siendo tarea de la filosofía advertir de estos excesos.

Edward O. Wilson.

La teoría evolutiva de Jean Baptiste de Lamarck

LA TEORÍA EVOLUTIVA DE JEAN BAPTISTE DE LAMARCK
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Peredur

El primero en plantear abiertamente una teoría evolutiva fue el naturalista francés Jean Baptiste de Lamarck (1744-1829), aunque lo hizo desde una perspectiva equivocada, rebatida radicalmente por los descubrimientos genéticos del siglo XX. Partió de la hipótesis de que los seres vivos, tras originarse por generación espontánea, evolucionan siguiendo un proceso gradual y ascendente que les conduce desde formas más simples a otras más complejas. Para explicar esta teoría se sirvió de dos leyes o principios: a) la adaptación al medio produce modificaciones morfológicas, más comúnmente conocida como “la función hace al órgano”, según la cual el esfuerzo de las especies por adaptarse al medio en el que viven les permite desarrollar progresivamente aquellos órganos que más utilizan, quedando atrofiados a su vez los no usados; y b) las transformaciones individuales adquiridas por el uso o desuso se transmiten a la descendencia, lo cual explicaría de qué manera las ganancias morfológicas perduran en el tiempo dando lugar a nuevas especies. El ejemplo que solía poner el propio Lamarck era el de las jirafas. Éstas tienen el cuello tan largo por la necesidad de adaptación en un determinado momento de la evolución (en el que, debido a la escasez, tuvieron que alimentarse de árboles altos) y al paso de esta modificación a la descendencia.

Jean Baptiste de Lamarck (1744-1829).

Charles Darwin y la Teoría de la selección natural

CHARLES DARWIN Y LA TEORÍA DE LA SELECCIÓN NATURAL
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Peredur

El viaje del Beagle y la publicación de El origen de las especies.

En diciembre de 1831 el naturalista aficionado Charles Darwin (Inglaterra, 1809-1882) se enroló en calidad de científico naturalista en un viaje alrededor del mundo a bordo del HMS Beagle. Durante los cinco años que duró el viaje Darwin acumuló las pruebas que constituirían el fundamento de su teoría evolutiva. El principal de los hallazgos que le condujo a la formulación de su teoría fue la catalogación de catorce especies de pinzones en las Islas Galápagos, todas ellas distintas a las del continente americano. Varios años después de su regreso, en 1858, ante la noticia de que el explorador y naturalista Alfred Russel Wallace (Gales, 1823-1913) había llegado de manera independiente a las mismas conclusiones que él, Darwin se vio obligado a publicar junto con éste un breve escrito en el que ambos naturalistas anticipaban la Teoría de la selección natural. El folleto, como si el mundo aún no estuviese preparado para encajar tal teoría, apenas obtuvo resonancia pública. Nada hacía augurar que tan sólo quince meses después, en 1859, Darwin habría de generar una auténtica revolución a la altura de la copernicana con la publicación de su obra largamente aplazada El origen de las especies por medio de la selección natural.

La Teoría de la selección natural.

Tomando del economista y demógrafo inglés Thomas Malthus (1766-1834) el hecho de que los seres vivos se reproducen geométricamente (2, 4, 8, 16, 32,…) mientras que los alimentos tan sólo aumentan aritméticamente (2, 4, 6, 8, 10, 12,…), y considerando la selección que con el fin de mejorar algunas de las cualidades de los animales conseguían los ganaderos mediante el cruce de razas, Darwin formulaba en su libro El origen de las especies el principio fundamental de su teoría: la selección natural. Según ésta, el crecimiento de las poblaciones obliga a los individuos de una especie a una lucha por la supervivencia en la que solamente sobreviven los más aptos. Los individuos más aptos no son necesariamente los más fuertes, sino aquellos que presentan las variaciones biológicas  más favorables para adaptarse al medio y tener descendencia, la cual hereda esas mismas variaciones favorables. Las variaciones dentro de una especie surgen de modo aleatorio. Algunas son beneficiosas, pero otras son perjudiciales. Es la selección natural la que actúa eliminando las variaciones perjudiciales y preservando las beneficiosas, de modo que los individuos que nacen con variaciones perjudiciales mueren, mientras que los dotados con variaciones favorables sobreviven y tienen descendencia. Así, pues, la acumulación de pequeñas variaciones favorables a lo largo de grandes periodos de tiempo explicaría el origen de las especies conocidas.

A pesar de su gran mérito, hubo dos preguntas a las que Darwin no pudo responder: ¿qué es lo que hace que se mantengan ciertas características familiares de generación en generación? Y ¿cuál es el mecanismo por el que se producen variaciones que van más allá de esta herencia familiar? La respuesta a la primera pregunta hubo de corresponder al monje agustino del siglo XIX Gregor Mendel; la respuesta a la segunda tuvo que esperar hasta la aparición de la genética en el siglo XX.

Charles Darwin (1809-1882).