lunes, 10 de octubre de 2011

Los cínicos: la secta del perro

APUNTES PARA EL BACHILLERATO
LOS CÍNICOS: LA SECTA DEL PERRO
por
Raúl le Locataire

El perro: el emblema de la desvergüenza.

Kynikós ─de donde deriva nuestro vocablo “cínico”─, es un adjetivo que en griego significa “perruno”, y que fue aplicado a los miembros de este grupo filosófico para destacar su modo de comportarse a la manera de los perros, esto es, desvergonzadamente. Diógenes de Sinope fue el primero en ganar tal apodo, el cual se aplicó también rápidamente a todos aquellos a quienes se fue reconociendo como integrantes del grupo. El perro, en el lenguaje coloquial, era el símbolo de la desvergüenza extrema. Vive éste junto a los hombres, en "sociedad", pero, a pesar de ello, mantiene sus hábitos naturales con total impudor. Así, por ejemplo, no se oculta cuando satisface sus necesidades elementales, sino que orina en las estatuas de los dioses y copula en el centro del ágora, sin miramientos. También los filósofos cínicos, a la manera de los perros, hacían en público aquello que la gente, por pudor, suele hacer sólo en privado y carecían del menor respeto hacia las instituciones y los objetos sagrados de la comunidad. En definitiva, si la convivencia cívica encontraba en el pudor (aidós) uno de sus pilares fundamentales, los filósofos cínicos, como los perros, se caracterizaron justamente por su desvergüenza (anaídeia).

Diógenes en su tinaja; Jean-Léon Gérôme (1860).

Rasgos característicos del cinismo.

Los cínicos no fueron un grupo cerrado y preciso, a la manera de una escuela filosófica, sino, más bien, un conjunto de individuos unidos por una doctrina común bastante sencilla: a) rechazo de las convenciones de la cultura en favor de las leyes de la naturaleza; b) libertad de acción y de palabra; c) búsqueda de la virtud individual como fuente para alcanzar la felicidad e indiferencia hacia todo lo demás; y d) rechazo de los bienes y placeres que otorga la fortuna en favor de la austeridad.

A) Rechazo de las convenciones de la cultura en favor de las leyes de la naturaleza.

Ya los sofistas habían señalado la oposición entre las leyes de la naturaleza ─la phýsis─ y las de la convención ─el nómos─. Los cínicos, agudizando esta contraposición, adoptan una postura muy crítica frente a la sociedad, a la que consideran represora e inauténtica, así como incapaz de reunir las condiciones necesarias para garantizar desde sí misma la felicidad de los ciudadanos. Las normas de la sociedad no son el resultado de la razón fundamentada sobre la virtud, sino que, por el contrario, se aceptan tan sólo por costumbre. De ahí la necesidad de combatir y subvertir esas normas, para lo cual los cínicos atenderán únicamente a las leyes que la razón reconoce en la naturaleza.

B) Libertad de acción y de palabra.

Para denunciar públicamente las normas represoras e inauténticas de la sociedad, el cínico, lejos de emplear emperifollados y empalagosos discursos, recurre a la total libertad de acción y de palabra. Si su libertad de acción se expresa en multitud de gestos soeces contrarios a toda norma cívica, su libertad de palabra (parresía), puesta en escena con la franqueza más absoluta, se manifiesta a través de breves afirmaciones cortantes y críticas mordaces. Con todo ello el filósofo cínico pretende subvertir las normas tradicionales, proponiendo en su lugar una nueva revalorización de la vida.

C) Búsqueda de la virtud individual como fuente para alcanzar la felicidad e indiferencia hacia todo lo demás. 

El cinismo, a través de Antístenes ─su precursor─, hereda de Sócrates el ideal de sabio según el cual la felicidad del individuo depende por entero de la posesión de la virtud (areté). Con objeto de alcanzarla, el sabio debe ser completamente autosuficiente, para lo cual evitará seguir la opinión de la mayoría, dejándose guiar únicamente por las leyes de la naturaleza tal y como las muestra la razón. En esta línea, todo aquello que no conduce a la virtud resultará completamente indiferente para el cínico, siendo la indiferencia uno de los rasgos característicos de estos filósofos.

D) Rechazo de los bienes y placeres que otorga la fortuna en favor de la austeridad.

Siendo la virtud y el esfuerzo personal más que suficientes para alcanzar la dicha, los cínicos rechazan los bienes y placeres que otorga la fortuna (Týche), tales como la riqueza, la belleza o los honores; pues si sustentamos la felicidad sobre éstos, en caso de perderlos el hombre se ve desposeído de la felicidad. Con objeto de dejar el menor asidero posible a los embates de Týche, los cínicos renuncian esforzadamente a los placeres refinados y reducen al mínimo sus necesidades materiales. Para ello, asumen los atributos del vagabundo, viviendo prácticamente a la intemperie, con la única ayuda de un manto ─el tribón─, un zurrón y un báculo o bastón.

Carlos Garía Gual y María Jesús Ímaz, La filosofía helenística. Éticas y sistemas, Síntesis, Madrid, 2007.

Principales representantes.

A) Antístenes, el precursor.

Antístenes suele ser considerado como el precursor del cinismo. Nació en Atenas hacia el 450 a.C. y murió hacia el 365. Fue discípulo del sofista Gorgias, pero posteriormente se hizo ferviente seguidor de Sócrates. De éste tomó Antístenes algunos de los componentes fundamentales de su ética y, de hecho, algunos le consideran como el auténtico heredero de Sócrates. Como precursor del cinismo, en él encontramos los rasgos que los cínicos posteriores desarrollaron hasta el extremo.

B) Diógenes, el perro.

Diógenes de Sinope ─ciudad al sur del mar Negro─ nació hacia el 400 a.C. y murió en torno al 323. Exiliado de su ciudad natal por falsificar moneda, emigró a Atenas, donde frecuentó la compañía de Antístenes. De éste adoptó su ideal de vida, aunque radicalizándolo al extremo. Considerado como el cínico por excelencia, su figura se encuentra rodeada de multitud de anécdotas, algunas auténticas y la mayoría inventadas. Sin patria ni casa, decidió vivir en una tinaja cerca del ágora. Fue el primero en proclamarse cosmopolita, esto es, ciudadano del mundo. Como únicas posesiones vestía el raído tribón y se servía de un morral y un bastón. Se atribuye a Platón la frase que lo define como “un Sócrates enloquecido”. Fue maestro del cínico Crates, el cual, a su vez, tuvo como discípulo a Zenón de Citio, fundador del estoicismo. Así, pues, a través del cinismo, el cual toma como ideal de sabiduría la vida de Sócrates, se puede postular un nexo de unión entre este último y el estoicismo.

Diógenes ridiculiza la definición de hombre ofrecida por Platón (Nikolaus Knüpfer, s. XVII).

TEXTOS

Antístenes de Atenas
«Afirmaba continuamente: "Prefiero someterme a la locura antes que al placer". [...] Decía que convenía disponer el equipaje que en el naufragio fuera a la sobrenadar con uno. [...] A uno que elogiaba el lujo replicó: “¡Ojalá vivieran en el lujo los hijos de mis enemigos!”. [...] Sus temas favoritos eran estos: demostrar que es enseñable la virtud. Que los nobles no son sino los virtuosos. Que la virtud es suficiente en sí misma para la felicidad, sin necesitar nada a no ser la fortaleza socrática. Que la virtud está en los hechos, y no requiere ni muy numerosas palabras ni conocimientos. Que el sabio es autosuficiente, pues los bienes de los demás son todos suyos. Que la impopularidad es un bien y otro tanto el esfuerzo. Que el sabio vivirá no de acuerdo con las leyes establecidas, sino de acuerdo con la de la virtud. [...] Fue el primero en doblarse la túnica, según cuenta Diocles, y usaba sólo esta prenda de vestir. [...] Este abrió camino a la impasibilidad de Diógenes, y a la continencia de Crates y a la firmeza de ánimo de Zenón»; [Diógenes Laercio, Vida de los filósofos, VI].
Diógenes de Sinope
«Fue el primero en doblarse el vestido según algunos por tener necesidad incluso de dormir en él. Y se proveyó de un morral, donde llevaba sus provisiones, y acostumbrada usar cualquier lugar para cualquier cosa, fuera comer, dormir o dialogar. [...] Comenzó a apoyarse en un bastón cuando cayó enfermo. Pero después lo llevaba en toda ocasión, no sólo en la ciudad, sino también en sus vagabundeos iba con él y con su hato [...] Había encargado una vez a uno que le buscara alojamiento. Como éste se retrasara, tomó como habitación la tina que había en el Metroon [...]. Y durante el verano se echaba a rodar sobre la arena ardiente, mientras en invierno abrazaba a las estatuas heladas por la nieve, acostumbrándose a todos los rigores. [...] De continuo decía que en la vida hay que tener dispuesta la razón o el lazo de horca. [...] Al observar una vez a un niño que bebía en las manos, arrojó fuera de su zurrón su copa, diciendo: “Un niño me ha aventajado en sencillez”. [...] Afirmaba que oponía al azar el valor, a la ley la naturaleza y a la pasión el razonamiento. [...] Una vez que se masturbaba en medio del ágora, comento: “¡Ojalá fuera posible frotarse también el vientre para no tener hambre!”. [...] Dijo que la pasión por el dinero es la metrópolis de todos los males. [...] Preguntado que de dónde era, respondió: “Cosmopolita”. [...] Entraba en el teatro en contra de los demás que salían. Al preguntarle que por qué, dijo: “Eso es lo que trato de hacer durante toda mi vida”. [...] Acostumbrada a realizarlo todo en público, tanto las cosas de Deméter como las de Afrodita. Y exponía unos argumentos de este estilo: “Si el comer no es nada extraño, tampoco lo es en el ágora. No es extraño el comer. Luego tampoco lo es comer en el ágora”. Masturbándose en público repetidamente, decía: “¡Ojalá se calmara el hambre también con frotarse la barriga!". [...] Decía que en la vida nada en absoluto se consigue sin entrenamiento, y que éste es capaz de mejorarlo todo. [...] Y que incluso el desprecio del placer, una vez practicado, resulta muy placentero. Y que, así como los acostumbrados a vivir placenteramente cambian a la situación contraria con disgusto, así los que se han ejercitado en lo contrario desprecian con gran gozo los placeres mismos. Conversaba sobre estas cosas y las ponía en práctica abiertamente, troquelando con nuevo cuño lo convencional de un modo auténtico, sin hacer ninguna concesión a las convenciones de la ley, sino sólo a los preceptos de la naturaleza, afirmando que mantenía el mismo género de vida que Heracles, sin preferir nada a la libertad»; [Diógenes Laercio, Vida de los filósofos, VI].
Carlos García Gual, La secta del perro. Diógenes Laercio, Vida de los filósofos cínicos, Alianza, Madrid, 1996.

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