ADIVINOS, POETAS Y SOBERANOS DE JUSTICIA EN LA GRECIA ARCAICA
por
Peredur
Peredur
Tercera Parte
Los poetas en la Grecia Arcaica
Los poetas en la Grecia Arcaica
Viene de:
http://www.lotofagos-island.blogspot.com.es/2012/07/adivinos.html
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Dejando a un lado a los adivinos, cabe ahora introducirnos en la
figura del segundo de los tres tipos de maestros de Verdad cuyo examen nos
hemos propuesto llevar a cabo en estas líneas. Esta figura no es otra que la
formada por los poetas, a quienes debemos considerar como los encargados de
mantener la memoria ancestral de la comunidad. Mas no debemos entender ésta
como una memoria convencional, esto es, como una memoria histórica que busca
reconstruir el pasado desde una perspectiva temporal, sino como una memoria
sagrada, en tanto que la palabra que brota de ella viene a incidir tanto en el
ordenamiento de la comunidad (la cual se reafirma a sí misma en torno a sus
tradiciones ancestrales y sagradas) como en el del cosmos (cuya armonía habría
de favorecer). La palabra del poeta, por lo tanto, debe entenderse ante todo
como palabra sagrada y verdadera. Los muchos ejemplos que pueden ser
localizados en la literatura de la Primera Grecia así lo muestran, como ocurre,
por ejemplo, cuando Odiseo se dirige al poeta de los feacios:
«!Oh Demódoco! Téngote en más que a ningún otro hombre, ya te haya enseñado la Musa nacida de Zeus o ya Apolo, pues cantas tan bien lo ocurrido a los dánaos, sus trabajos, sus penas, su largo afanar, cual si hubieras encontrádote allí o escuchado a un testigo»; [Homero, Odisea, VIII, 487-491].
Ahora bien, en los versos que acabamos de citar no queda
expresado claramente cuál es el origen del don que disfruta Demódoco, pues
Odiseo no es capaz de identificar con certeza la fuente de los conocimientos
del aedo y duda entre Apolo y las Musas. Sin embargo, a pesar de ello, en términos
generales no cabe duda de que en la Grecia Arcaica la inspiración poética se atribuía a
las Musas, quienes, a la manera de la visión que Apolo otorgaba a los adivinos,
conocían:
«el presente, el pasado y el porvenir»; [Hesíodo, Teogonía, 38].
Y de ahí la confusión que el poeta de la Odisea pone en boca de
su protagonista. No obstante, y para ser precisos, Odiseo no menciona
exactamente a las Musas, sino a la Musa, de la cual dice que es hija de Zeus.
Y, en efecto, según Hesíodo, de la unión entre el dios supremo y la titánica
hermana de Cronos y Océano, Mnemósyne, nacieron las nueve Musas conocidas como
Clío, Euterpe, Talía, Melpómene, Terpsícore, Erato, Polimnia, Urania y Calíope.
Mas no parece quedar claro si todas éstas son las encargadas de inspirar el
canto de los poetas o tan sólo una de ellas. De hecho, hemos constatado que
mientras que en la Ilíada se alude
por norma general al conjunto de las Musas en relación a la inspiración poética,
en la Odisea, por su parte, es la
Musa, en singular, la que toma el lugar de todo el grupo. Si esta Musa no es
otra que Calíope o cualquiera de sus hermanas, no lo podemos afirmar con
certeza. Además, como apunta Jean-Pierre Vernant, más bien podría tratarse de
Mnemósyne, la
«madre de las Musas cuyo coro dirige y con las cuales, a veces,
se confunde» , la cual desempeña un papel tanto o más importante que el de sus
hijas dentro del pensamiento religioso de la Primera Grecia en lo que concierne
a la memoria y la palabra verdaderas del poeta. Pues, en efecto, Mnemósyne no
es sino la diosa de la memoria, cuya sacralización, dentro de una sociedad oral
como lo fue la griega entre los siglos XII y VIII a.C., no debe extrañarnos. En
tal caso, en una sociedad como ésta, parece probable que la omnisciencia
poética provenía en última instancia de la potencia religiosa fundada en Mnemósyne,
mientras que sus hijas, las Musas, se limitaban a los diversos aspectos de la
palabra cantada. De ahí que el poeta acudiera a estas últimas, pero
especialmente a su madre, Mnemósyne (la Memoria), para acceder directamente, a
través de una visión personal como la del adivino, a los acontecimientos por él
evocados, los cuales, en última instancia, no dejaban de ser revelaciones
verdaderas.
Más allá de su posición como maestros de Verdad, e incluso más
allá de su tarea de celebrar tanto a los dioses inmortales como las hazañas de
los hombres, gracias a Eric A. Havelock sabemos que los poetas hubieron de desempeñar
otra función no menos importante que la anteriormente citada, a saber, la de
constituirse en auténticas “enciclopedias” ambulantes de la paideía griega primitiva (aquella
inmediatamente anterior al desarrollo y fortalecimiento de la pólis y de la escritura). En este
sentido, además de centrarse en el entretenimiento del auditorio, la poesía
debió ser durante la Primera Grecia una herramienta didáctica al servicio de la
tradición. Es decir, justificada su existencia dentro de una cultura oral, debió
cumplir las funciones de recoger, describir y transmitir los modelos de
comportamiento, tanto sociales como personales, a los que se atenía la
comunidad y desde los cuales ésta reforzaba su cohesión. Según esto, poemas
como la Ilíada y la Odisea pueden y deben entenderse a la
manera de auténticos compendios culturales donde se daba constancia, entre
otras realidades, del trasfondo religioso del pensamiento de la época. En sus
versos, en tal caso, las actividades en torno a la Verdad de la palabra
desarrolladas por figuras míticas como Calcante o Demódoco no se incluían de
manera gratuita, es decir, no respondían en último término a lo que nosotros
llamamos el genio del artista, sino al deseo inconsciente de reflejar la realidad
de lo que se tenía comúnmente por sabiduría de origen divino.
Ahora bien, siendo la palabra de los poetas la materialización
de una potencia religiosa, es muy probable que sus funciones, lejos de
detenerse en el entretenimiento del auditorio y en el cometido de perpetuar la memoria
de la comunidad, estuvieran relacionadas en sus orígenes con algún tipo de
ocupación litúrgica ligada al plano religioso de lo sagrado. Así debió de
ocurrir, al menos, entre los pobladores de la Grecia Micénica, donde, como nos
recuerda Marcel Detienne, «es posible que
el poeta haya tenido la función de celebrante, de acólito de la soberanía,
encargado de colaborar en la ordenación del mundo».
Más aún, este mismo aspecto de la recitación poética como palabra eficaz capaz
de operar sobre el ordenamiento del cosmos puede ser localizado también en
Oriente Próximo, por lo que algunos autores han creído posible establecer un vínculo
entre las religiones mesopotámica, micénica y griega. Pues, ¿por qué no habría
el pueblo que conformó la Primera Grecia, a pesar de su reconocida herencia indoeuropea,
hundir su pasado en ciertas tradiciones del Mediterráneo e incluso del Oriente
Próximo? Veamos, por lo tanto, qué puede decirnos sobre estas cuestiones el estudio
de las creencias minoico-micénica y mesopotámica.
Para empezar, sabemos que los habitantes que poblaron la región
comprendida entre los ríos Tigris y Éufrates conferían gran importancia a los
cambios estacionales, los cuales, al contrario de lo que sucedía en Egipto,
eran completamente imprevisibles y en ocasiones conllevaban auténticas catástrofes.
De ahí que, cada año nuevo, durante el periodo que abría el ciclo anual y que,
por lo tanto, se creía que determinaba la prosperidad de la región durante los
siguientes meses, se llevara a cabo un festival religioso propiciatorio en el
que el cuarto día se recitaba, debido al poder eficaz de su lectura, el poema
de la creación conocido como Enuma elish,
donde se narraba el ordenamiento del mundo al principio de los tiempos y la
victoria de los dioses sobre las fuerzas del caos que amenazaban con la regresión.
El objetivo de estas composiciones era el de operar e interceder, a través de
su recitado litúrgico, en el trasfondo sagrado de la realidad que determinaba
la armonía del cosmos y de la sociedad humana integrada en él. Hasta qué punto los
textos de las tablillas podían actuar sobre los asuntos humanos aparece
expresado directamente en los últimos versos de algunas de estas creaciones poético-religiosas.
Tal es el caso de la composición conocida como Poema de Erra, donde el autor, inmediatamente antes de finalizar su
obra, viene a expresar el poder eficaz del poema, el cual, entre otros
beneficios, era capaz de preservar del mal a aquellos que guardaran una copia
en su hogar:
«En la casa donde esta tablilla está depositada, aunque Erra se enoje y los Sibitti perpetren la muerte, la espada de la destrucción no se le acercara y se le garantizará la paz»; [Poema de Erra, tablilla V, 57].
Por su parte, en el ya citado Enuma elish, antes de concluir la última tablilla, parece afirmarse
que al recitar el poema no sólo se conseguía preservar la memoria del dios,
sino que, con ello, también se promovía la prosperidad del reino.
En un medio tan profundamente religioso como lo fue el formado
por los distintos Estados mesopotámicos, donde el poder institucional de las
comunidades sacerdotales vinculadas a los templos se extendía sobre el resto de
la población, tenemos suficientes motivos para creer que este tipo de obras poético-religiosas
fueron compuestas y redactadas por el propio sacerdocio. Si esto fue así, y no
hay razones para dudar de ello, estamos en mejor disposición para entender por
qué el sacerdote cualificado para la composición poética llegó a creer que las
palabras que afluían a su mente respondían en última instancia a la revelación
que la divinidad le hacía llegar. Estando al servicio tanto de los dioses como
de la sociedad humana, esto es, sabiéndose intermediarios del proceso que
integraba la naturaleza y la sociedad, parece lógico que estos sacerdotes
creyeran que era la propia divinidad quien se ponía en contacto con ellos para
revelarles su voluntad, inaccesible al común de los mortales. Así lo expresa, al
menos, el que se dice autor del Poema de
Erra, el cual debió ser muy probablemente un sacerdote vinculado al templo
del dios Marduk o bien al del propio Erra:
«En el transcurso de la noche (un dios / Ishum) le hizo la revelación (y) cuando en la mañana lo recitó, nada omitió. Ni una sola línea añadió de más»; [Poema de Erra, tablilla V, 43-44].
Cabe destacar, por lo tanto, las similitudes entre la inspiración
poética que aparece en este último texto y la de los maestros de Verdad
griegos. Pues, en efecto, a pesar de que en el escenario mesopotámico la
divinidad se ponía en contacto con el poeta a través del sueño que traía la
noche, en ambos casos la verdad les era revelada directamente desde el plano
trascendente de lo sagrado; es decir, tanto en Grecia como en Mesopotamia se
trataba de una revelación. Si esta semejanza, en concreto, se debe a la
existencia de una vía de conexión entre ambos escenarios es algo que no podemos
asegurar. No porque tal vía no existiera, que no es el caso, sino porque los
datos de que disponemos son insuficientes para apoyar dicha afirmación. Aun así,
la existencia de contactos entre el Cercano Oriente y el entorno minoico-micénico
es suficientemente conocida, lo que ha llevado a algunos autores a suponer la
presencia entre los micenios de un grupo de poetas-sacerdotes que dispondrían
básicamente de las mismas funciones religiosas que sus homólogos mesopotamios.
Así sucede, por ejemplo, con Marcel Detienne, quien considera «posible trasladar a la civilización micénica los caracteres tradicionales
de la poesía religiosa [mesopotámica] y, en primer lugar, el tipo de palabra mágico-religiosa
fundada en la memoria».
Sabemos que en torno al siglo XV a.C. la civilización micénica
llegó a dominar la isla de Creta hasta el punto de asumir las redes de
comunicación que aquélla había establecido con el Mediterráneo Oriental y el Próximo
Oriente. De hecho, es muy posible que a través de estos contactos los micenios
adoptaran parte de la cultura y maneras orientales. Tal es el caso de la
existencia entre ellos de la escritura silábica conocida como lineal B, la cual
no había sido inventada para transcribir el griego micénico. Sin embargo, mucho
más significativa que esta escritura es la presencia entre los micenios de una
figura real, el wa-na-ka (ánax, según la posterior transcripción griega),
el cual posiblemente asumía sobre sí las funciones de la soberanía sagrada a la
manera de los gobernantes mesopotámicos. Por todo ello, aunque fundamentalmente
por la existencia durante la Primera Grecia de una composición como la Teogonía de Hesíodo, nos inclinamos a
pensar, junto con Detienne, que en el escenario micénico, al igual que en Mesopotamia, también debieron de
celebrarse rituales propiciatorios en los que el rey y sus oficiantes hubieron
de ocupar un lugar preponderante dentro de la liturgia y en los que se recitarían
los mitos de aparición y ordenamiento tanto del cosmos como de los dioses. Según
esto, el poema de Hesíodo sería el último testigo de una tradición cultural que
se remontaría en última instancia a las primeras composiciones cosmo-teogónicas
sumerias. De hecho, desde que Francis M. Cornford dedicara la segunda parte de
su obra inconclusa Principium sapientiae
al estudio de la cosmogonía filosófica griega, así como a los orígenes de ésta
en el pensamiento mítico-religioso precedente, las similitudes que pueden ser
establecidas entre el Enuma elish y la
Teogonía de Hesíodo no han pasado
desapercibidas. Sin embargo, entre ambas composiciones existe una diferencia
sustancial, no ya temática o de contenido, sino funcional; una diferencia que
se encuentra justificada por el colapso del mundo micénico en torno al siglo
XII a.C., momento éste en el que se rompen los lazos que suponemos habían
llevado a los minecios a adoptar el sistema según el cual el soberano y sus
oficiantes asumían el equilibrio del cosmos. A efectos de nuestra exposición,
las causas de este colapso son irrelevantes, mas no sus consecuencias, pues el
hundimiento del mundo micénico inaugura en Grecia el periodo conocido como Época
Oscura. Es en este periodo donde va a aparecer por primera vez la figura del
poeta tal y como nosotros la conocemos. Sin embargo, algo había cambiado
respecto a sus antecesores micénicos, pues, aunque en la Primera Grecia todavía
conservaba éste sus funciones religiosas, entre las que ya hemos citado el
trato con la divinidad y el estatuto de su palabra, el poeta de la Época Oscura
era ya incapaz de obrar como funcionario de la desaparecida soberanía sagrada
y, por lo mismo, era incapaz de interceder en el ordenamiento del cosmos. Tal
es el caso de Homero, el cual se desentiende de estos aspectos para centrarse
en la narración de las hazañas famosas de los hombres; las únicas que considera
dignas de ser rescatadas del olvido (léthe)
a través de la verdad (alétheia) de
su palabra. Tan sólo Hesíodo, ya en el Periodo Arcaico, parece afrontar en la Teogonía la composición poética de un
mito sobre la aparición de la soberanía y el establecimiento del orden cósmico,
pero, a pesar de ello, el poema carece del estatuto religioso necesario para
perpetuar dicho orden, pues, aunque aún es palabra verdadera, no es ya palabra
eficaz.
Continúa en:
Marcel Detienne, Los maestros de verdad en la Grecia arcaica, Sextopiso.
Interesante =)
ResponderEliminarPeredur, acabo de ver tu solicitud de amistad, ya la he aceptado (si es que no me entero de una... mamma mia jajaja)
Espero que no dejes el blog!
Y te comento, he tenido que cambiar voces en el viento a esta dirección http://nienor-vocesenelviento.blogspot.com.es/
Tuve un montón de problemas con el diseño y decidí empezar de nuevo (eso sí, descargué todas las entradas antiguas)
Un saludo! =)
¡Hola Nienor! ¿Solicitud de amistad? No recuerdo, jeje.
ResponderEliminarNo, mujer, no he dejado el blog; simplemente me estoy dando un "descanso", entregado a otros quehaceres más apremiantes y necesarios ;)
¡Tomo nota del nuevo enlace de tu blog!
¿Qué tal la universidad? ¿Por qué te has decantado para tu futuro profesional? :-)
¡Un saludo!
Hola de nuevo! Es de hace varios meses... me llegó a la plataforma de seguidores. Cosas de Blogger, que parece estar controlado por una fuerza misteriosa!
ResponderEliminarVale, tómate el tiempo que necesites. A veces mantener los blogs al día puede resultar un pelín agobiante...!
Pues estoy en Derecho, encantada con la carrera! (Espero mantener esta actitud cuando llegen los exámenes jaja)
Un saludo =)