YAYĀTI,
SU HIJA MĀDHAVĪ Y SUS CUATRO
NIETOS
por
Peredur
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Sometido a las
modificaciones propias de otra cultura ─la hindú─ y de otro tiempo ─medio milenio a.
C.─, el mismo
esquema que ya trazáramos sobre el relato del matrimonio regio entre Medb y
Ailill puede ser reconocido en una de las historias recogidas en el Mahābhārata: aquella que en
el quinto canto narra las peripecias matrimoniales de la princesa Mādhavī. Resumimos a
continuación lo esencial de esta historia, para lo cual seguiremos en lo que
sigue el segundo volumen de Mythe et Epopée de Georges Dumézil.
Gālava es un
agradecido discípulo que debe ofrecer a su maestro espiritual, el brahmán y kṣatriya Viśvāmitra, un
presente por las enseñanzas recibidas durante años. Desafortunadamente, su
impaciencia le juega un mala pasada, pues al preguntar repetidamente al brahmán
qué desea como compensación por compartir con él su sabiduría, éste, molesto
por la insistencia de su discípulo, exige que se le entreguen 800 caballos de
una belleza tal que sólo los caballos de los dioses podrían poseer. Acompañado
por el pájaro celeste Garuḍa ─montura del dios Viṣṇu─, Gālava inicia la búsqueda de tan
preciados ejemplares, hasta que en el transcurso de la misma finalmente
comprende que para comprarlos serían necesarias riquezas que se encuentran completamente
fuera de sus posibilidades. Como única salida, decide entonces acudir al rey
Yayāti, amigo de Garuḍa, y solicitar
de él los caballos como limosna. Tras reflexionarlo detenidamente, y aunque él
mismo no posee caballos así, Yayāti acepta ayudarles.
Tiene éste una hija excepcionalmente bella y virtuosa cuya mano no dejan de solicitar
los dioses. A cambio de ella cualquier príncipe estaría dispuesto a entregar
800 caballos como los que necesita Gālava, y aun
reinos enteros.
«Tómala ─insta a Gālava─; toma a mi hija Mādhavī. Mi único deseo es tener nietos de ella»; [Mahābhārata, V, 118, 3929-3930].
Sin la compañía
de Garuḍa,
el cual ya ha cumplido su misión, Gālava conduce entonces
a Mādhavī a la corte del rey Haryaśva, que no
lograba tener descendencia, y le plantea a éste su oferta:
«Esta joven de mi propiedad, Indra de los reyes, está dotada para aumentar los linajes mediante sus partos. Tómala por esposa, Haryaśva, y paga su precio. Te diré a cuánto asciende, y tú decidirás»; [Mahābhārata, V, 113, 3936-3937].
Tras examinar a
la muchacha, Haryaśva se muestra conforme. Sin embargo, a la hora de
pagar su precio, éste sólo dispone de 200 caballos de la clase que Gālava desea. Como
es natural, esta circunstancia imposibilita el acuerdo. Pero entonces, cuando
todo parece perdido, Mādhavī toma la palabra:
«Un brahmán ─dijo─ me ha otorgado el privilegio de volver a ser virgen cada vez que haya dado a luz. Así pues, dame a este rey y toma sus excelentes caballos. Yo completaré el número de tus ochocientos caballos con cuatro reyes, a los cuales daré cuatro hijos, uno a cada uno. Adquiere así, ¡oh el mejor de los brahamanes!, el total de lo que tienes que pagar a tu guru»; [Mahābhārata, V, 114, 3949-3950].
Dicho y hecho, Gālava entrega
sucesivamente la muchacha a tres reyes ─Haryaśva, Divodāsa y Bhoja─ que hasta
entonces habían sido incapaces de tener descendencia, y éstos, tras engendrar
un hijo varón en Mādhavī, se la
devuelven nuevamente virgen.
Como resultado
de estas uniones, Gālava logra reunir 600 de los 800
caballos que debe entregar al que fuera su maestro, el brahmán y rey Viśvāmitra. Sólo
necesita casar a Mādhavī una última vez y con ello sus desventuras
habrán llegado a su fin. En ese momento, sin embargo, reaparece el pájaro
celeste Garuḍa, el cual comunica a su amigo una noticia que no ha
de gustar a éste. Los caballos que Gālava persigue
habían sido traídos a este mundo desde el país del dios Varuna en número de
1000. Desgraciadamente, 400 de ellos encontraron la muerte cuando su dueño los
trasladaba a sus tierras. En consecuencia, Gālava ya posee
todos los caballos de esa clase que un hombre podría llegar a tener. A pesar de
ello, Garuḍa
advierte a éste de la existencia de una última opción, a saber, ofrecer la
princesa a Viśvāmitra como
compensación por los 200 caballos que
no podrá pagarle, de tal suerte que éste acepte engendrar en ella su propio
hijo. A un paso de la desesperación, Gālava recibe las
palabras de su amigo con entusiasmo. Finalmente, Viśvāmitra acepta
gustoso el ofrecimiento de su discípulo y de su unión con Mādhavī nace el cuarto y último nieto de Yayāti.
Como puede
apreciarse, la historia de Mādhavī es suficientemente nítida: «dotada para
aumentar los linajes mediante sus partos», la princesa hindú representa y transmite
la fertilidad llevándola allí donde ésta brillaba hasta entonces por su
ausencia. De no haberse unido con ella, difícilmente los reyes Haryaśva, Divodāsa y Bhoja habrían
logrado tener descendencia. Además, las cuatro veces que Mādhavī es entregada en matrimonio a sus
pretendientes ella asegura el linaje real de sus maridos dando a luz cuatro
hijos varones llamados a convertirse en soberanos ejemplares. En tal caso, al
igual que sucediera con la reina Medb en la Táin, lo que Mādhavī transmite a los reyes con los que
contrae matrimonio no es tanto la soberanía real como la fertilidad. Tal parece
ser, de hecho, el significado simbólico de la capacidad de este personaje para recuperar
la virginidad tras cada parto, lo cual se encuentra en perfecto acuerdo con la disposición
cíclica de la naturaleza. Cabe, pues, reconocer en Mādhavī y sus cuatro matrimonios el correlato
mítico de la naturaleza sacralizada que cíclicamente habría de transmitir la
fertilidad a la sociedad de los hombres bajo la condición de que ésta demostrara
poseer la suficiente excelencia moral.
Con esto damos
por finalizada la descripción en el escenario hindú del primero de los dos
sentidos direccionales del intercambio naturaleza-sociedad. Cómo ilustra el Mahābhārata este mismo
intercambio en su sentido inverso ─aquel que se desplaza desde la sociedad
hacia la naturaleza─ es
justamente lo que nos proponemos mostrar a continuación.
Retomando el
resumen que veníamos realizando allí donde lo dejamos, cuando Mādhavī hubo dado a luz a sus cuatro retoños, Gālava le dirigió
a ésta las siguientes palabras:
«Ha nacido de ti un hijo dueño de los dones, un segundo hijo que es un héroe, otro que está consagrado a la justicia y a la verdad, y otro, por último, sacrificador»; [Mahābhārata, V, 117, 4023].
No es difícil
localizar en esta descripción la presencia de las tres funciones indoeuropeas.
Del primero de sus hijos, llamadoVasumanas, el texto del Mahābhārata dice de él que
llegó a ser un soberano dispensador de riquezas; de Pratardana, el segundo, incide
en su condición guerrera; y de los dos últimos, Śibi y Aṣṭaka, resalta respectivamente
la veracidad y justicia de su palabra y su predisposición para el culto. Generosidad,
valentía e imparcialidad parecen, pues, constituir las virtudes morales de los
cuatro hijos de Mādhavī, virtudes todas
ellas heredadas de sus padres y absolutamente necesarias para el perfecto
funcionamiento de las tres clases y funciones sociales. Únicamente Aṣṭaka parace
incumplir este tríptico, mas sólo en apariencia, pues la imparcialidad fue
siempre considerada por los pueblos indoeuropeos como un atributo igualmente
imprescindible tanto para los jueces como para los sacerdortes. En todo caso,
aunque la aparición de estas tres virtudes en el poema épico hindú se encuentra
indudablemente relacionada con la representación alegórica de la excelencia moral,
aún queda por mostrar de qué manera se incluye ésta en el esquema del intercambio
que aquí nos ocupa. Ciertamente, Mādhavī no exige de sus maridos ─como hace Medb─ que éstos
concurran al matrimonio imbuidos de excelencia moral. En último término, sin
embargo, no cabe duda de que ambos relatos reproducen el mismo intercambio
simbólico entre la naturaleza sagrada y la sociedad y cultura humanas. Para dar
cuenta de este hecho sólo se precisa de la introducción de un nuevo término en nuestro
esquema: el también rey Yayāti, padre de Mādhavī.
Según cuenta el
poema, Yayāti residía con los dioses en la morada
celestial. Su excelencia moral le permitía ser reconocido por éstos como un
igual. Cierto día, sin embargo, el orgullo hizo presa de él. Su error consistió
en reconocer lo excepcional de su situación, lo cual le llevó a despreciar a
los demás, inclusive a los propios dioses. Esta falta le supuso su caída y
regreso al mundo terrenal. Mas cuando descendía desde lo alto, su olfato le
reveló el lugar en el que en ese momento se estaba celebrando en la tierra un
sacrificio ritual en honor de las divinidades, lo que le permitió orientar su descenso
hacia el encuentro de hombres tan piadosos. Casualmente, éstos resultan ser sus
cuatro nietos, los cuales no dudan en ofrecer al desconocido que tienen delante
la transferencia de sus virtudes con objeto de que éste recupere su lugar entre
los dioses:
«Todo lo que he obtenido en el mundo por mi conducta sin mancha hacia los hombres de todas las clases [comienza por decir Vasumanas], te lo doy: ¡que todo sea de tu propiedad! El mérito que produce el don [la limosna], así como el de la paciencia [...], y generalmente todos los méritos que he adquirido, ¡que sean de tu propiedad!»; [Mahābhārata, V, 120, 4081-4083].
«Todo lo que, siempre fiel al deber, siempre ardiente en el combate [...], he obtenido en el mundo en las filas de los guerreros [continúa Pratardana], el mérito que va unido al nombre de héroe, ¡que eso sea de tu propiedad!»; [Mahābhārata, V, 120, 4083-4085].
«Ni entre los niños ni entre las mujeres [le sigue Śibi], ni por bromear, ni en los combates, caídas, calamidades, ni en el juego de dados, nunca dije ninguna mentira en el pasado [...]: por esta veracidad, ¡vete al cielo! Esta veracidad por la que yo he gozado de Dharma, de Agni y de Indra, por esta veracidad, ¡vete al cielo!»; [Mahābhārata, V, 120, 4085-4089].
«Yo he ofrecido cientos de sacrificios [afirma por último Aṣṭaka] [...]: ¡recíbelos como mérito tuyo! Joyas, riquezas, telas preciosas, nada he escatimado [...] como precio de mis sacrificios; por esta verdad ¡vete al cielo!»; [Mahābhārata, V, 120, 4089-4092].
En definitiva,
Yayāti recibe de sus nietos lo que su hija
había ganado antaño para él: a saber, la generosidad, la valentía y la
imparcialidad que conjuntamente constituyen la excelencia moral. De ahí las
palabras que Yayāti dirigió a Gālava cuando éste
acudió a él en busca de ayuda: «toma a mi hija Mādhavī», le dijo. «Mi
único deseo es tener nietos de ella» [Mahābhārata, V, 118,
3929-3930]; nietos que con el paso de los años habrían de permitir al anciano
rey restablecer la armonía que hasta el día de su caída había mantenido con los
dioses. No fue, pues, para sí misma para quien Mādhavī hubo de adquirir a través de sus
matrimonios las tres virtudes regias, sino para su padre, el gran rey Yayāti (fig. 4).
Por último, si
sustituimos a continuación cada significante por su correspondiente significado
simbólico, el esquema final resultante no deja lugar a dudas; se trataría
exactamente de la misma estructura que descubrimos en la Táin, aunque en
esta ocasión desdoblada, o lo que es lo mismo, doblemente reforzada (fig. 5; comiéncese
su lectura a partir del asterisco “ * ” inserto en la flecha).
En definitiva, y
para concluir nuestro análisis, diremos finalmente que la unión simbólica entre
la naturaleza y la sociedad debe ser interpretada como un proceso de mutua
integración en el que cada uno de estos polos o extremos ─lo sagrado y lo profano─ habría de transferir
a su opuesto y complementario parte de la significación que le es propia,
favoreciendo así la construcción de cada identidad por medio de la oposición.
La justificación de los valores y normas sociales se realizaría, en tal caso, desde
la naturaleza sacralizada, y ésta, a su vez, sólo sería accesible e inteligible
a partir de esos mismos valores y normas sociales. Desprovistas en origen de
instrumentos eficaces con los que fijar su tradición, elementos éstos ─como la
escritura alfabética─ absolutamente
imprescindibles para la aparición del pensamiento filosófico y científico, las
sociedades no alfabetizadas se servirían así de los mitos para asegurar su
propia cohesión social y, de paso, para satisfacer sus necesidades
intelectuales y existenciales.
Leer más:
Georges Dumézil, Mito y epopeya. II. Tipos épicos indoeuropeos: un héroe, un brujo, un rey.
Me gustó mucho esta entrada, Peredur. No conocía el mito, así que muchas gracias.
ResponderEliminarPor cierto, la entrada sobre Tolkien, las Eddas y la mitología celta se retrasará, porque ando apurada con exámenes y pronto tendré la PAU... Pero la haré, supongo que la publicaré durante el verano.
Saludos! =)
Gracias Nienor. Mucho ánimo con la PAU; dale duro. Tolkien y compañía no van a ir a ningún sitio; te estarán esperando ahí para cuando puedas o te apetezca. :-)
ResponderEliminarGracias por los ánimos =) Le daré duro con Filosofía jaja.
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