domingo, 15 de abril de 2012

Aristóteles: Teoría física o Filosofía natural

ARISTÓTELES: TEORÍA FÍSICA O FILOSOFÍA NATURAL
por
Peredur

La phýsis en la filosofía precedente y la noción aristotélica de phýsis.

Los naturalistas presocráticos definieron la phýsis como el origen y fundamento de la realidad. Los sofistas, más preocupados por los aspectos sociales y culturales del ser humano que por la naturaleza como tal, ampliaron el concepto al oponerle el de nómos (‘uso’, ‘costumbre’, ‘norma’). Platón también modificó la noción de phýsis al concebir la naturaleza como una realidad de segundo orden, por debajo de las Ideas.

En divergencia con sus predecesores, Aristóteles define la phýsis como aquello que tiene en sí mismo un principio de cambio, movimiento o reposo. Esta noción hace referencia a todas aquellas realidades que existen por naturaleza (un caballo, un árbol, una piedra, un rayo, etc.), en oposición a aquellas otras que existen por producción (los artefactos, las obras de arte, etc.) o por abstracción (los objetos matemáticos, los términos de la lógica, etc.).

Teoría hilemórfica: materia y forma.

A pesar de rechazar la Teoría de las Ideas de su maestro Platón, Aristóteles coincide con éste en la necesidad de concebir una esencia o universal ─el Ser─ sin la cual las cosas particulares no podrían ser ni existir. Platón denominaba a esta esencia ‘Idea’ y la consideraba como una realidad separada de las cosas y existente por sí misma; Aristóteles, en cambio, la denomina ‘forma sustancial’, y lejos de concebirla como una entidad transcendente, separada del mundo físico, la considera como una realidad inmanente a éste, es decir, unida a la materia. ‘Materia’ (hýle) y ‘forma’ (morphé) constituyen, pues, los elementos fundamentales con los que Aristóteles pretende explicar la phýsis, motivo éste por el que estos términos dan nombre a su teoría conocida como ‘hilemórfica’.

A) Materia prima o ‘materia primera’.

Para Aristóteles la materia reúne las siguientes características:

Es el sustrato indeterminado que entra en la composición de todas las cosas físicas. Observamos aquí la influencia en Aristóteles de lo ápeiron de Anaximandro.
Es eterna; no ha nacido ni puede perecer.
No existe independientemente de la forma. Siguiendo a Empédocles, Aristóteles considera que los cuerpos más simples que existen son la tierra, el agua, el aire y el fuego. Éstos, sin embargo, son ya un compuesto de materia y forma.
Es condición indispensable para la existencia del cambio, el cual resulta de la modificación de la materia al añadírsele a ésta una forma. Por ello, de existir seres sin materia, tales seres no cambiarían y, en consecuencia, no pertenecerían al mundo físico.
Es pura potencia, pero no es en acto. Es decir, es capacidad para ser, pero ella misma, por sí sola ─sin una forma─ no es ser.

B)  Forma sustancial o ‘sustancia segunda’.

Las formas funcionan en la filosofía de Aristóteles de manera similar a como las Ideas lo hacían en el pensamiento de Platón. Al igual que éstas, son eternas, universales y constituyen la esencia de las cosas. Sin embargo, a diferencia de las Ideas, las formas no existen separadas de la materia, con la sola excepción del Primer Motor o Motor Inmóvil ─Dios─.

Todos los seres naturales tienen una forma que les hace ser lo que son. En el caso de los seres vivos, la forma es el alma.

Por lo general Aristóteles entiende por ‘sustancia’ el compuesto de materia y forma, aunque en determinadas ocasiones también denomina así a la forma por sí sola. Por ello, para distinguir una de otra, a la unión de materia y forma la denomina ‘sustancia primera’, y a la forma por sí sola, ‘sustancia segunda’ o ‘forma sustancial’.

C) El compuesto materia y forma: ‘sustancia primera’ o ‘materia segunda’.

Al compuesto de materia prima y forma sustancial Aristóteles le denomina generalmente ‘sustancia primera’ ─ousía: ‘sustancia’, ‘entidad’─, aunque en ocasiones también emplea la expresión ‘materia segunda’.

El movimiento o cambio: potencia y acto.

A) Inteligibilidad del movimiento: ‘ser en potencia’ y ‘ser en acto’.

Aristóteles afirma que la realidad del movimiento y la existencia del cambio son hechos incuestionables, comúnmente constatables a través de la experiencia. Parménides, sin embargo, consideraba el movimiento como algo racionalmente imposible, pues su existencia conduce a una contradicción, a saber, que algo que no es llegue a ser o que algo que es deje de ser. Con objeto de superar esta objeción desde el propio terreno de Parménides ─el de la razón independientemente de la experiencia─, Aristóteles distingue dos tipos de no-ser:

a) El no-ser absoluto, esto es, el no-ser de aquello que no puede llegar a ser como cuando decimos que una piedra no es un árbol─.

b)  El no-ser relativo, es decir, el no-ser de aquello que puede llegar a ser ─como, por ejemplo, cuando afirmamos que una semilla no es un árbol, aunque pueda llegar a serlo.

El paso del no-ser, en sentido absoluto, al ser, es imposible, tal y como sostenía Parménides. Sin embargo, sí es posible el paso del no-ser, relativo, al ser, y en esto consiste precisamente el movimiento o cambio. Aristóteles denomina al no-ser relativo ‘ser en potencia’, y al ser en sentido pleno ‘ser en acto’. ‘Potencia’ es la traducción del vocablo griego (dýnamis), esto es, ‘capacidad’. Así, por ejemplo, el mármol tiene dýnamis para ser estatua. ‘Acto’, por su parte, procede de la traducción de dos términos empleados por Aristóteles: (enérgeia), que viene a significar ‘en trabajo’, y (entelécheia), algo así como ‘tenerse en el fin’.

B) Definición de movimiento.

La distinción entre ser en potencia y ser en acto permite a Aristóteles ofrecer una nueva definición de ‘movimiento’ según la cual éste es el paso del ser en potencia al ser en acto, es decir, un proceso teleológico u orientado a un fin: la actualización.

C) Clases de movimiento o cambio.

Para Aristóteles existen dos tipos principales de cambio: el sustancial y el accidental.

El cambio sustancial supone la sustitución de una esencia o forma sustancial por otra completamente distinta. Así, por ejemplo, un árbol pasa a ser leña cuando es cortado en partes. En este proceso permanece la materia prima, pero la forma sustancial se pierde y es sustituida por otra distinta; es decir, se produce el paso de la corrupción a la generación.

En cuanto al cambio accidental, éste no supone la sustitución de la forma sustancial por otra, sino tan sólo su modificación, la cual puede ser de tres tipos: de cualidad, de cantidad y de lugar. En los cambios cualitativos se produce una alteración de la sustancia ─como cuando una manzana verde madura─; en los cuantitativos la sustancia se ve afectada por el crecimiento o la disminución ─como un árbol en crecimiento─; finalmente, en los cambios locativos o de lugar se produce un desplazamiento de la sustancia, que puede ser de rotación o de traslación ─como el de la lluvia al caer o el de los astros en el cielo─.

Así, pues, tanto en los cambios sustanciales como en los accidentales lo que cambia es siempre la forma, permaneciendo la materia.

D) Causas del movimiento o cambio.

A la hora de explicar el movimiento, el cambio y el reposo Aristóteles se sirve de cuatro causas o principios, dos de naturaleza intrínseca ─la causa material y la causa formal─ y otras dos de naturaleza extrínseca ─la causa eficiente y la causa final─. Las causas intrínsecas son aquellas que afectan a la sustancia desde dentro, mientras que las extrínsecas lo hacen desde fuera. Veámoslas en detalle.

Materia o causa material. La materia, que es pura potencia, recibe la nueva forma, posibilitando así el cambio, el movimiento o el reposo. Es, pues, una causa o principio pasivo, pues la materia se limita a recibir la forma.
Forma o causa formal.  La forma es la encargada de actualizar el ser en potencia de la sustancia, permitiendo así tanto los cambios sustanciales como los accidentales.
Agente motor o causa eficiente. Es el agente o motor del movimiento. Cuando se trata de una entidad natural el agente del movimiento coincide con la forma sustancial. Así, por ejemplo, la causa eficiente del crecimiento de una semilla hasta que llega a ser árbol coincide con su causa formal. En cambio, cuando se trata de una entidad producida por la téchne el agente del cambio no es otro que el autor de la obra. Tal es el caso, por ejemplo, del escultor que da forma al mármol hasta obtener la estatua deseada.
Finalidad o causa final. Es el fin, objetivo o finalidad hacia el que se encamina el cambio. Cuando se trata de una entidad natural el fin viene determinado por la forma. Así, retomando el ejemplo de la semilla, el fin de ésta ─llegar a ser árbol─ le viene impuesto por su propia forma sustancial, la cual no pretende sino actualizarse. Pero cuando se trata de una entidad fruto de la téchne su finalidad no es otra que la intención de su agente motor o creador. En el caso de una estatua, la intención puede ser decorativa, económica, etc.

E) El origen del movimiento: el Primer Motor o Motor Inmóvil.

Siendo el movimiento un proceso orientado a un fin, es decir, un proceso en el que una sustancia busca actualizar su potencialidad en vistas a la consecución de un determinado fin, se hace necesaria la existencia de un fin último, plena actualidad y perfección, que ponga en movimiento el universo sin llegar él mismo a moverse. Este fin último no es otro para Aristóteles que el Primer Motor o Motor Inmóvil: una sustancia inmaterial, carente de todo cambio y eterna que para funcionar como origen del movimiento debe ser forzosamente forma pura, sin materia, y acto puro, sin potencia.

Textos
«Algunas cosas son por naturaleza, otras por otras causas. Por naturaleza, los animales y sus partes, las plantas y los cuerpos simples como la tierra, el fuego, el aire y el agua ─pues decimos que éstas y otras cosas semejantes son por naturaleza. Todas estas cosas parecen diferenciarse de las que no están constituidas por naturaleza, porque cada una de ellas tiene en sí misma un principio de movimiento y de reposo, sea con respecto al lugar o al aumento o a la disminución o a la alteración. Por el contrario, una cama, una prenda de vestir o cualquier otra cosa de género semejante, en tanto que las significamos en cada caso por su nombre y en tanto que son productos del arte [téchne], no tienen en sí mismas ninguna tendencia natural al cambio; pero en cuanto que, accidentalmente, están hechas de piedra o de tierra o de una mezcla de ellas, y sólo bajo este respecto, la tienen. Porque la naturaleza [phýsis] es un principio y causa del movimiento o del reposo en la cosa a la que pertenece primariamente y por sí misma, no por accidente»; Aristóteles, Física, 192b 1-23.
«Acto es, pues, que la cosa exista, pero no como decimos que existe en potencia. Decimos que existe en potencia, por ejemplo, el Hermes en la madera y la semirrecta en la recta entera, ya que podría ser extraída de ella, y el que sabe, pero no está ejercitando su saber, si es capaz de ejercitarlo. Lo otro, por su parte, [decimos que está] en acto. Lo que queremos decir queda aclarado por medio de la inducción de los casos particulares, y no es preciso buscar una definición de todo, sino que, a veces, basta con captar la analogía en su conjunto: que en la relación en que se halla el que edifica respecto del que puede edificar se halla también el que está despierto respecto del que está dormido, y el que está viendo respecto del que tiene los ojos cerrados, pero tiene vista, y lo ya separado de la materia respecto de la materia, y lo ya elaborado respecto de lo que está aún sin elaborar. Quede el acto separado del lado de uno de los miembros de esta distinción y lo posible o capaz, del otro»; Aristóteles, Metafísica, 1048a 30-1048b 5.
«La entidad sensible está, por su parte, sometida a cambios. Ahora bien, si el cambio tiene lugar a partir de los opuestos, o de los términos intermedios, pero no a partir de cualquier opuesto (pues la voz es también algo no-blanco), sino a partir del contrario, necesariamente ha de haber un sustrato, aquello que cambia hacia el estado contrario, ya que los contrarios no cambian. Además, hay algo que permanece, mientras que el contrario no permanece. Hay, pues, un tercer término además de los contrarios: la materia. Por otra parte, si los cambios son cuatro, bien según la esencia, bien según la cualidad, la cantidad o el lugar, y puesto que la génesis y destrucción en sentido absoluto son el cambio que afecta a un esto, mientras que el crecimiento y la disminución es el que afecta a la cantidad, la alteración el que afecta a la cualidad y el desplazamiento el que afecta al lugar, los cambios serán hacia los estados correspondientes a cada uno de estos casos. Y, necesariamente, cambia la materia que potencialmente es lo uno y lo otro. Puesto que hay dos maneras en que algo es, todo cambia de ser en potencia a ser en acto (por ejemplo, de blanco en potencia a blanco en acto, e igualmente en el caso del crecimiento y la disminución): con que no solamente es posible que algo se genere accidentalmente a partir de lo que no es, sino que, además, todas las cosas se generan a partir de algo que es, de algo que es, ciertamente, en potencia, pero que no es en acto»; Aristóteles, Metafísica, 1069b 3-20.
«Se llama ‘causa’ en un sentido, aquello de-lo-cual se hace algo, siendo aquello inmanente [en esto]: el bronce, por ejemplo, lo es de la estatua y la plata lo es de la copa ─y también sus géneros─; en otro sentido, la forma y el modelo, es decir, la definición de la esencia y los géneros de ésta (por ejemplo, de la octava es ‘la proporción de dos a uno’ y genéricamente el número), así como las partes de la definición; además, aquello de donde proviene el inicio primero del cambio y del reposo: así, el que da un consejo es causa, y el padre lo es del hijo, y en general, el agente lo es respecto de lo hecho y lo que produce el cambio lo es respecto de lo que resulta cambiado; además [está la causa entendida] como fin, y éste es aquello para-lo-cual: por ejemplo, el del pasear es la salud. ¿Por qué, en efecto, pasea? Contestamos: para estar sano, y al contestar de este modo pensamos que hemos aducido la causa»; Aristóteles, Metafísica, 1013a 24-35.
"Discóbolo" de Mirón (ca. 455 a.C.)

lunes, 2 de abril de 2012

Yayāti, su hija Mādhavī y sus cuatro nietos

YAYĀTI, SU HIJA MĀDHAVĪ Y SUS CUATRO NIETOS
por
Peredur

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Sometido a las modificaciones propias de otra cultura la hindúy de otro tiempo medio milenio a. C., el mismo esquema que ya trazáramos sobre el relato del matrimonio regio entre Medb y Ailill puede ser reconocido en una de las historias recogidas en el Mahābhārata: aquella que en el quinto canto narra las peripecias matrimoniales de la princesa Mādhavī. Resumimos a continuación lo esencial de esta historia, para lo cual seguiremos en lo que sigue el segundo volumen de Mythe et Epopée de Georges Dumézil.

Gālava es un agradecido discípulo que debe ofrecer a su maestro espiritual, el brahmán y katriya Viśvāmitra, un presente por las enseñanzas recibidas durante años. Desafortunadamente, su impaciencia le juega un mala pasada, pues al preguntar repetidamente al brahmán qué desea como compensación por compartir con él su sabiduría, éste, molesto por la insistencia de su discípulo, exige que se le entreguen 800 caballos de una belleza tal que sólo los caballos de los dioses podrían poseer. Acompañado por el pájaro celeste Garua montura del dios Viṣṇu, Gālava inicia la búsqueda de tan preciados ejemplares, hasta que en el transcurso de la misma finalmente comprende que para comprarlos serían necesarias riquezas que se encuentran completamente fuera de sus posibilidades. Como única salida, decide entonces acudir al rey Yayāti, amigo de Garua, y solicitar de él los caballos como limosna. Tras reflexionarlo detenidamente, y aunque él mismo no posee caballos así, Yayāti acepta ayudarles. Tiene éste una hija excepcionalmente bella y virtuosa cuya mano no dejan de solicitar los dioses. A cambio de ella cualquier príncipe estaría dispuesto a entregar 800 caballos como los que necesita Gālava, y aun reinos enteros.
«Tómala insta a Gālava; toma a mi hija Mādhavī. Mi único deseo es tener nietos de ella»; [Mahābhārata, V, 118, 3929-3930].
Sin la compañía de Garua, el cual ya ha cumplido su misión, Gālava conduce entonces a Mādhavī a la corte del rey Haryaśva, que no lograba tener descendencia, y le plantea a éste su oferta:
«Esta joven de mi propiedad, Indra de los reyes, está dotada para aumentar los linajes mediante sus partos. Tómala por esposa, Haryaśva, y paga su precio. Te diré a cuánto asciende, y tú decidirás»; [Mahābhārata, V, 113, 3936-3937].
Tras examinar a la muchacha, Haryaśva se muestra conforme. Sin embargo, a la hora de pagar su precio, éste sólo dispone de 200 caballos de la clase que Gālava desea. Como es natural, esta circunstancia imposibilita el acuerdo. Pero entonces, cuando todo parece perdido, Mādhavī toma la palabra:
«Un brahmán dijome ha otorgado el privilegio de volver a ser virgen cada vez que haya dado a luz. Así pues, dame a este rey y toma sus excelentes caballos. Yo completaré el número de tus ochocientos caballos con cuatro reyes, a los cuales daré cuatro hijos, uno a cada uno. Adquiere así, ¡oh el mejor de los brahamanes!, el total de lo que tienes que pagar a tu guru»; [Mahābhārata, V, 114, 3949-3950].
Dicho y hecho, Gālava entrega sucesivamente la muchacha a tres reyes Haryaśva, Divodāsa y Bhojaque hasta entonces habían sido incapaces de tener descendencia, y éstos, tras engendrar un hijo varón en Mādhavī, se la devuelven nuevamente virgen.

Como resultado de estas uniones, Gālava logra reunir 600 de los 800 caballos que debe entregar al que fuera su maestro, el brahmán y rey Viśvāmitra. Sólo necesita casar a Mādhavī una última vez y con ello sus desventuras habrán llegado a su fin. En ese momento, sin embargo, reaparece el pájaro celeste Garua, el cual comunica a su amigo una noticia que no ha de gustar a éste. Los caballos que Gālava persigue habían sido traídos a este mundo desde el país del dios Varuna en número de 1000. Desgraciadamente, 400 de ellos encontraron la muerte cuando su dueño los trasladaba a sus tierras. En consecuencia, Gālava ya posee todos los caballos de esa clase que un hombre podría llegar a tener. A pesar de ello, Garua advierte a éste de la existencia de una última opción, a saber, ofrecer la princesa a Viśvāmitra como compensación por los 200 caballos que no podrá pagarle, de tal suerte que éste acepte engendrar en ella su propio hijo. A un paso de la desesperación, Gālava recibe las palabras de su amigo con entusiasmo. Finalmente, Viśvāmitra acepta gustoso el ofrecimiento de su discípulo y de su unión con Mādhavī nace el cuarto y último nieto de Yayāti.

Como puede apreciarse, la historia de Mādhavī es suficientemente nítida: «dotada para aumentar los linajes mediante sus partos», la princesa hindú representa y transmite la fertilidad llevándola allí donde ésta brillaba hasta entonces por su ausencia. De no haberse unido con ella, difícilmente los reyes Haryaśva, Divodāsa y Bhoja habrían logrado tener descendencia. Además, las cuatro veces que Mādhavī es entregada en matrimonio a sus pretendientes ella asegura el linaje real de sus maridos dando a luz cuatro hijos varones llamados a convertirse en soberanos ejemplares. En tal caso, al igual que sucediera con la reina Medb en la Táin, lo que Mādhavī transmite a los reyes con los que contrae matrimonio no es tanto la soberanía real como la fertilidad. Tal parece ser, de hecho, el significado simbólico de la capacidad de este personaje para recuperar la virginidad tras cada parto, lo cual se encuentra en perfecto acuerdo con la disposición cíclica de la naturaleza. Cabe, pues, reconocer en Mādhavī y sus cuatro matrimonios el correlato mítico de la naturaleza sacralizada que cíclicamente habría de transmitir la fertilidad a la sociedad de los hombres bajo la condición de que ésta demostrara poseer la suficiente excelencia moral.

Con esto damos por finalizada la descripción en el escenario hindú del primero de los dos sentidos direccionales del intercambio naturaleza-sociedad. Cómo ilustra el Mahābhārata este mismo intercambio en su sentido inverso aquel que se desplaza desde la sociedad hacia la naturalezaes justamente lo que nos proponemos mostrar a continuación.

Retomando el resumen que veníamos realizando allí donde lo dejamos, cuando Mādhavī hubo dado a luz a sus cuatro retoños, Gālava le dirigió a ésta las siguientes palabras:
«Ha nacido de ti un hijo dueño de los dones, un segundo hijo que es un héroe, otro que está consagrado a la justicia y a la verdad, y otro, por último, sacrificador»; [Mahābhārata, V, 117, 4023].
No es difícil localizar en esta descripción la presencia de las tres funciones indoeuropeas. Del primero de sus hijos, llamadoVasumanas, el texto del Mahābhārata dice de él que llegó a ser un soberano dispensador de riquezas; de Pratardana, el segundo, incide en su condición guerrera; y de los dos últimos, Śibi y Aṣṭaka, resalta respectivamente la veracidad y justicia de su palabra y su predisposición para el culto. Generosidad, valentía e imparcialidad parecen, pues, constituir las virtudes morales de los cuatro hijos de Mādhavī, virtudes todas ellas heredadas de sus padres y absolutamente necesarias para el perfecto funcionamiento de las tres clases y funciones sociales. Únicamente Aṣṭaka parace incumplir este tríptico, mas sólo en apariencia, pues la imparcialidad fue siempre considerada por los pueblos indoeuropeos como un atributo igualmente imprescindible tanto para los jueces como para los sacerdortes. En todo caso, aunque la aparición de estas tres virtudes en el poema épico hindú se encuentra indudablemente relacionada con la representación alegórica de la excelencia moral, aún queda por mostrar de qué manera se incluye ésta en el esquema del intercambio que aquí nos ocupa. Ciertamente, Mādhavī no exige de sus maridos como hace Medbque éstos concurran al matrimonio imbuidos de excelencia moral. En último término, sin embargo, no cabe duda de que ambos relatos reproducen el mismo intercambio simbólico entre la naturaleza sagrada y la sociedad y cultura humanas. Para dar cuenta de este hecho sólo se precisa de la introducción de un nuevo término en nuestro esquema: el también rey Yayāti, padre de Mādhavī.

Según cuenta el poema, Yayāti residía con los dioses en la morada celestial. Su excelencia moral le permitía ser reconocido por éstos como un igual. Cierto día, sin embargo, el orgullo hizo presa de él. Su error consistió en reconocer lo excepcional de su situación, lo cual le llevó a despreciar a los demás, inclusive a los propios dioses. Esta falta le supuso su caída y regreso al mundo terrenal. Mas cuando descendía desde lo alto, su olfato le reveló el lugar en el que en ese momento se estaba celebrando en la tierra un sacrificio ritual en honor de las divinidades, lo que le permitió orientar su descenso hacia el encuentro de hombres tan piadosos. Casualmente, éstos resultan ser sus cuatro nietos, los cuales no dudan en ofrecer al desconocido que tienen delante la transferencia de sus virtudes con objeto de que éste recupere su lugar entre los dioses:
«Todo lo que he obtenido en el mundo por mi conducta sin mancha hacia los hombres de todas las clases [comienza por decir Vasumanas], te lo doy: ¡que todo sea de tu propiedad! El mérito que produce el don [la limosna], así como el de la paciencia [...], y generalmente todos los méritos que he adquirido, ¡que sean de tu propiedad!»; [Mahābhārata, V, 120, 4081-4083].
«Todo lo que, siempre fiel al deber, siempre ardiente en el combate [...], he obtenido en el mundo en las filas de los guerreros [continúa Pratardana], el mérito que va unido al nombre de héroe, ¡que eso sea de tu propiedad!»; [Mahābhārata, V, 120, 4083-4085].
«Ni entre los niños ni entre las mujeres [le sigue Śibi], ni por bromear, ni en los combates, caídas, calamidades, ni en el juego de dados, nunca dije ninguna mentira en el pasado [...]: por esta veracidad, ¡vete al cielo! Esta veracidad por la que yo he gozado de Dharma, de Agni y de Indra, por esta veracidad, ¡vete al cielo!»; [Mahābhārata, V, 120, 4085-4089].
«Yo he ofrecido cientos de sacrificios [afirma por último Aṣṭaka] [...]: ¡recíbelos como mérito tuyo! Joyas, riquezas, telas preciosas, nada he escatimado [...] como precio de mis sacrificios; por esta verdad ¡vete al cielo!»; [Mahābhārata, V, 120, 4089-4092].
En definitiva, Yayāti recibe de sus nietos lo que su hija había ganado antaño para él: a saber, la generosidad, la valentía y la imparcialidad que conjuntamente constituyen la excelencia moral. De ahí las palabras que Yayāti dirigió a Gālava cuando éste acudió a él en busca de ayuda: «toma a mi hija Mādhavī», le dijo. «Mi único deseo es tener nietos de ella» [Mahābhārata, V, 118, 3929-3930]; nietos que con el paso de los años habrían de permitir al anciano rey restablecer la armonía que hasta el día de su caída había mantenido con los dioses. No fue, pues, para sí misma para quien Mādhavī hubo de adquirir a través de sus matrimonios las tres virtudes regias, sino para su padre, el gran rey Yayāti (fig. 4).

Por último, si sustituimos a continuación cada significante por su correspondiente significado simbólico, el esquema final resultante no deja lugar a dudas; se trataría exactamente de la misma estructura que descubrimos en la Táin, aunque en esta ocasión desdoblada, o lo que es lo mismo, doblemente reforzada (fig. 5; comiéncese su lectura a partir del asterisco “ * ” inserto en la flecha).


En definitiva, y para concluir nuestro análisis, diremos finalmente que la unión simbólica entre la naturaleza y la sociedad debe ser interpretada como un proceso de mutua integración en el que cada uno de estos polos o extremos lo sagrado y lo profanohabría de transferir a su opuesto y complementario parte de la significación que le es propia, favoreciendo así la construcción de cada identidad por medio de la oposición. La justificación de los valores y normas sociales se realizaría, en tal caso, desde la naturaleza sacralizada, y ésta, a su vez, sólo sería accesible e inteligible a partir de esos mismos valores y normas sociales. Desprovistas en origen de instrumentos eficaces con los que fijar su tradición, elementos éstos como la escritura alfabéticaabsolutamente imprescindibles para la aparición del pensamiento filosófico y científico, las sociedades no alfabetizadas se servirían así de los mitos para asegurar su propia cohesión social y, de paso, para satisfacer sus necesidades intelectuales y existenciales.

Leer más:
Georges Dumézil, Mito y epopeya. II. Tipos épicos indoeuropeos: un héroe, un brujo, un rey.