LA
RELIGIOSIDAD DE SÓCRATES Y LA NATURALEZA DE SU SABIDURÍA
por
por
Peredur
En oposición a la acusación de impiedad que
acabó con su vida, el racionalismo filosófico que caracteriza la figura de
Sócrates no le impidió desarrollar una personalidad profundamente religiosa. La
voz demónica que decía escuchar en determinadas ocasiones o su fidelidad hacia
el Oráculo de Delfos dan buena muestra de esta religiosidad y nos sugieren que
Sócrates creía en una presencia divina inmanente al mundo y conforme a la cual
los hombres debían regir sus asuntos.
Sócrates y su daimon.
Uno de los rasgos más significativos de la
religiosidad de Sócrates se localiza en la voz divina que decía escuchar en
determinados momentos de su vida. Sócrates hacía responsable de esta voz a un daímon, su daimon particular, esto es, a una de las múltiples divinidades
intermedias e intermediarias entre el mundo de los dioses y el de los hombres.
Por lo demás, según Platón, esta voz se limitaba tan sólo a desaconsejarle sobre
ciertas acciones y comportamientos, mientras que, según Jenofonte, le sugería
tanto lo que debía hacer como lo que no.
El Oráculo de Delfos y la naturaleza de la
sabiduría socrática.
A) La consulta al Oráculo.
Tanto Platón como Jenofonte cuentan cómo Querefonte, uno de los
más fieles amigos y seguidores de Sócrates, marchó a Delfos con la intención de
preguntar al famoso oráculo adivinatorio que allí se encontraba si había
alguien más sabio que Sócrates, pregunta a la que el dios Apolo, a través de su
intermediaria ─la Pitia─, respondió que no lo había. Cuando Sócrates supo de lo
ocurrido se extrañó grandemente, pues él no se consideraba sabio en absoluto.
Por ello, con el propósito, no ya de desmentir al dios, sino de resolver el
enigma oculto tras sus palabras, Sócrates se propuso interrogar a todos
aquellos que tenían fama de sabios para, de ese modo, saber en qué sentido él
podía serlo aún más.
«Tras oír yo estas palabras reflexionaba así: “¿Qué dice realmente el dios y qué indica en enigma? Yo tengo conciencia de que no soy sabio, ni poco ni mucho. ¿Qué es lo que realmente dice al afirmar que yo soy muy sabio? Sin duda, no miente; no le es lícito”. Y durante mucho tiempo estuve yo confuso sobre lo que en verdad quería decir. Más tarde, a regañadientes me incliné a una investigación del oráculo del modo siguiente. Me dirigí a uno de los que parecían ser sabios, en la idea de que, si en alguna parte era posible, allí refutaría el vaticinio y demostraría al oráculo: “Éste es más sabio que yo y tú decías que lo era yo”. Ahora bien, al examinar a éste [...] experimenté lo siguiente, atenienses: me pareció que otras muchas personas creían que ese hombre era sabio y, especialmente, lo creía él mismo, pero que no lo era»; Platón, Apología de Sócrates, 21b-c.
B) El conocimiento de la propia ignorancia.
Después de haber interrogado a políticos,
poetas, artesanos y demás supuestos sabios de Atenas, Sócrates, que decía de sí
mismo no saber nada, llegó a la conclusión de que tampoco éstos, al igual que
él mismo, sabían nada con certeza. Sin embargo, según pudo comprobar, todos
ellos se creían en posesión de grandes conocimientos, motivo éste por el cual
Sócrates tenía que ser más sabio que ellos. Pues, en efecto, él al menos sabía
que no sabía. Por lo demás, Sócrates interpretó el Oráculo como un
mandato que le obligaba a dedicar su vida al servicio del dios liberando a sus
conciudadanos de su ignorancia para, de ese modo, convertirlos en mejores
ciudadanos.
«Al retirarme de allí razonaba a solas que yo era más sabio que aquel hombre. Es probable que ni uno ni otro sepamos nada que tenga valor, pero este hombre cree saber algo y no lo sabe, en cambio yo, así como, en efecto, no sé, tampoco creo saber. Parece, pues, que al menos soy más sabio que él en esta misma pequeñez, en que lo que no sé tampoco creo saberlo»; Platón, Apología de Sócrates, 21d.
Orestes frente a la Pitia (a la izquierda) en el santuario de Delfos (vasija griega).