lunes, 19 de diciembre de 2011

Dualismo antropológico platónico. El ser humano: alma y cuerpo

APUNTES PARA EL BACHILLERATO
DUALISMO ANTROPOLÓGICO PLATÓNICO. EL SER HUMANO: ALMA Y CUERPO
por
Raúl le Locataire

En consonancia con su ontología, Platón desarrolla un dualismo antropológico en el que el ser humano se encuentra conformado por la unión accidental y transitoria de alma y cuerpo. Antes de encarnarse en su cárcel terrenal, que es el cuerpo, el alma inmortal habitó en el mundo de las Ideas, donde había podido contemplar éstas directamente adquiriendo así una serie de conocimientos de modo perfecto.

Para ilustrar esta imagen, en el Mito del carro alado que aparece en el diálogo Fedro Platón establece una analogía entre las distintas partes funcionales que conforman el alma y los integrantes de un carro celeste del que tiran dos corceles, uno noble y otro rebelde ─a los que equipara, respectivamente, con las partes irascible y concupiscible del alma─, y que conduce un auriga ─alegoría de la parte racional de ésta─. La tarea del alma racional, como la del auriga, consiste en guiar el conjunto entero, gobernando y sometiendo con diligencia las funciones irascible y concupiscible del alma. Y no siendo ésta una tarea sencilla, Platón indica que al auriga le fue imposible tal cometido, por lo que el carro-alma cayó desde las alturas celestes hasta encarnarse en un cuerpo. Desde entonces, unida al cuerpo, la tarea del alma racional consiste en purificarse, desprendiéndose de todas las ataduras que la vinculan al mundo sensible, y prepararse para el conocimiento de las Ideas.

Luc Brisson, Platón, las palabras y los mitos. ¿Cómo y por qué Platón dio nombre al mito?, Adaba, Madrid, 2005.

Así pues, Platón concibe tres partes o funciones en el alma: a) el alma racional, inmortal, inteligente y de naturaleza divina, que radica en la cabeza y cuya función es la de facultar al hombre para el conocimiento y la realización del bien y la justicia; b) el alma irascible¸ poseedora de nobles sentimientos, como la voluntad y el valor, que radica en el pecho (tórax) y sirve de auxiliar al principio racional; y c) el alma concupiscible, responsable de las bajas pasiones y amante de los placeres y deseos sensibles, la cual radica en el abdomen (vientre). Cuando cada función del alma se dedica exclusivamente a su cometido (sabiduría, voluntad y moderación, respectivamente), existiendo armonía entre todas las partes, entonces se dan las condiciones para que tal alma sea justa.

SELECCIÓN DE TEXTOS

(1)
«Sea su símil el de la conjunción de fuerzas que hay entre un tronco de alados corceles y un auriga. Pues bien, [...] está en primer lugar el conductor que lleva las riendas de un tiro de dos caballos, y luego los caballos, entre los que tiene uno bello, bueno y de una raza tal, y otro que de naturaleza y raza es lo contrario que éste. De ahí que por necesidad sea difícil y adversa la conducción de nuestro carro. [...] Pues el corcel que participa de maldad es pesado, gravita hacia tierra, y entorpece a los cocheros que no estén bien entrenados»; [Platón, Fedro, 245e-247e].

Crátera griega en la que se representa a la diosa Aurora guiando un carro alado (ca. 425 a.C.).

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4 comentarios:

  1. "Me decidí a hallar la armonía entre la sabiduría, la voluntad y la moderación y me sorprendí traslado fuera del sistema y perseguido por él".
    Quiere decir eso que debemos bajar del carro y adorar al caballo negro? Pues si no tenemos recursos personales lo tenemos un poco crudo. Ahí deberíamos echar mano del alma irascible para ponerle valor a nuestra vida.

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  2. Sin auriga el alma irascible depara, a mi juicio, una senda peligrosa. Es la senda de Aquiles, del Valhalla, de Cú Chulainn; sigue los pasos del héroe trágico y allí la encontrarás: hýbris y timé. De ahí que la "timocracia" en la filosofía política platónica fuera considerada por el filósofo ateniense como una degeneración histórica en el proceso de descomposición de la politeía ideal.

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  3. A mi entender nos hemos sobredimensionado respecto a nuestros antepasados. Antes los tiranos eran tiranos y los vasayos vasayos. Ni se les ocurría ocultar su despropósito! Pasaba igual con la timocracia: El poder en el gobierno se adquiría según las posesiones que tuviera cada cual.
    Curiosamente timo viene a significar honor, pero contra todo pronóstico, para los griegos, honor no era sinónimo de lo que nuestros diccionarios hoy entienden por dignidad. Era eso lo que había, sin tapujos. Algún filósofo se sorprendía.
    Actualmente si que otorgamos a la dignidad y al honor un mismo rango, siempre que ambos conceptos no quieran salirse del diccionario y tomar vida verdadera. Hoy a nadie se le ocurre decir que sólo puede gobernar el que tiene más fanegas, pero sabemos en nuestros adentros que sólo les es permitido trepar a los que dicen sí a lo establecido. El caballo negro es negro y el blanco blanco, Qué tonto no lo sabe ver hoy en día? Sin embargo damos por supuesto que eso se afirma sólo en los mitines, no en la vida normal y "real", por supuesto.
    Claro que no aspiramos a una polis perfecta, pero tampoco a la neurósis colectiva planeando sobre las constituciones democráticas.
    Hay de aquel que se atreva a elegir al caballo blanco de Platón! Al primer galope se dará de bruces contra una realidad sobredimensionada donde lo blanco es blanco y lo negro negro sólo en teoría.

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  4. La cuestión de la timé está trazada con gran erudición en la obra de James M. Redfield "La tragedia de Héctor. Naturaleza y cultura en la Ilíada". El gran problema de la timé, como sabía Platón (entre otros) es que ésta no depende de uno de mismo, sino de la valoración que los demás tienen de nosotros, motivo por el cual está volcada hacia lo social, hacia lo político... siendo así el sujeto que la pretende fácil presa ante la adulación y feroz enemigo frente a la crítica. Lo propio de la primera función indoeuropea, su virtud cardinal, no fue para estos pueblos otra cosa que la carencia de celos, esto es, la justicia, la imparcialidad. El caballo noble, o caballo blanco (como tú le llamas), tiene demasiado brío, en efecto, como para no fundar su orgullo en ello. ¡Cuánto daño nos hace y nos hizo siempre el orgullo!

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